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Luis Hernández Arroyo

Identidad nacional

En todo caso, por mucho que se empeñen, Europa, evidentemente, nunca será una sola opinión pública, pieza imprescindible para que funcione una estructura estatal

Es confortador saber que no uno no está sólo. El contundente NO a la constitución de franceses y holandeses, no es, como han dicho los de siempre, un voto de extremistas, sino de ciudadanos preocupados por la deriva hacia la nada. Me cuenta un amigo francés que a él mismo le sorprendió el interés con que los franceses compraban en los supermercados un texto de la constitución y lo discutían; y cómo la gente del común invitada a los debates televisivos mostraba una inquietud por las consecuencias de tal o cual punto del engendro (una de las escasas virtudes francesas es su pasión por discutir).
 
Es también refrescante oír voces autorizadas, como la da Vaclav Klaus, o inesperadas, como la del socialista  Joaquín Leguina, diciendo que no necesitamos ninguna constitución.
 
Todo ello debería invitar a la reflexión de los ZP, Chirac & Cía (y Rajoy, por cierto). Pero no; ya están maquinando para salvar la cara y lo que puedan de su naufragio. Y es que cuentan con los grandes medios de opinión: desde El País al Le Monde,  desde el Financial Times a Le Figaro, desde el ABC a El Mundo... que ya están tocando el toque de “rassemblement”. Y con estos ejércitos, bien podría parchearse la descosida opinión pública y esperar a mejor ocasión para replantear el referéndum... maquinaciones escasamente democráticas, pero ellos se consideran videntes privilegiados del futuro, y por lo tanto no tienen que inquietarse de las consecuencias de sus actos ¿Hay mayor prueba de arrogancia que no disponer de una alternativa al SÍ a la Constitución? Por no hablar de la inmensa mayoría que se apunta a la tesis de que el NO supone una crisis profunda de Europa, precisamente cuando se demuestra que el cuerpo social está vivo.
 
En contra de la papilla nauseabunda servida por la mayoría de los medios, el camino emprendido en Maastricht hacia la construcción, artificial y arrogante, de un estado europeo (¡Que bien le sienta lo de la “Fatal Arrogancia”, de Hayek!),  está basado en una falacia que delata una supina ignorancia de la historia: Europa, desde 1648, es un mosaico de naciones sobre las que, a golpe de historia, se han construido las democracias; y no debe olvidarse jamás que las más graves desviaciones de ese camino han sido corregidas Estados Unidos. En todo caso, por mucho que se empeñen,  Europa, evidentemente, nunca será una sola opinión pública, pieza imprescindible para que funcione una estructura estatal. Es más, la constitución rechazada omitía lo único que nos ha unido desde el origen: el cristianismo, sin el cual sería imposible pensar en civilización occidental.
 
Pero hay mucho daño ya hecho. Esta arrogancia ha tenido una consecuencia nefasta: debilitar, lenta pero persistentemente, los estados nacionales, que en el inconsciente colectivo se consideraron como amortizables a plazo (proceso al que no son ajenos algunos seudo liberales). Los españoles hemos pagado esta amortización con creces, pues el auge paralelo de los movimientos separatistas no ha dejado de aprovechar esa debilidad del estado, cuya muerte desean. Y para mí, por mucho que en el NO haya votos poco recomendables, lo que ha pesado es el miedo a perder  la seña de identidad que es el sustento sobre el que viven las democracias que conocemos: la identidad nacional.

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