Son muchos los libertarios digitales que me insisten en el siguiente razonamiento. Vienen a decir: “Da usted cuenta y razón de los vicios y disparates que se cometen con la lengua castellana. Eso está bien y resulta tan divertido como instructivo. Pero, como contraste, no estaría de más que nos ilustrase con ejemplos de la buena escritura, del buen uso de la lengua común”. En esa petición se incluye la noticia sobre los libros útiles que vayan apareciendo sobre cuestiones de lenguaje o simplemente libros bien escritos o cuyo contenido sea estimulante. El estímulo puede ser para la probada curiosidad de este selecto club de los libertarios digitales. Algo de esto he hecho en los artículos anteriores, pero voy a redoblar ese florilegio de buenas lecturas.
En algún caso, cuando cite mis propias novedades literarias, incluiré la crítica correspondiente. Por ejemplo, me llega la de José Cavero ─lector curioso donde los haya─ después de leer mi novela Secuestro prolongado (Biblioteca Nueva). Su impresión es que dedico demasiado texto a explicar las cosas. La opinión de don José es que “un novelista no debe perder tanto tiempo en explicar nada. Lo suyo es contar”. Es verdad. Mi única defensa es que pesa demasiado mi trayectoria profesional de profesor, como se puede ver en la traza de esta seccioncilla. No puedo menos de explicar, interpretar, descomponer y analizar los términos que utilizo. Dado que tiendo a escribir la ficción en primera persona, supongo que mis personajes (es decir, las mil caras de mí mismo) van a resultar un tanto pedantes. Pero recordemos que el pedante en su origen era tanto como el maestroescuela, o también el que lleva los niños a la escuela.
Así pues, al menos una vez cada dos semanas, voy a redactar este pasto literario con novedades bibliográficas. No estará de más la nota de que el pasto era la comida de los animales, pero también la de las personas. Se entiende la comida desengañada, sin demasiadas finuras. Comer a pasto es esa modalidad en la que uno paga por entrar en el comedor y se sirve a discreción.
Procuraré mantener la exigencia de concentrar mis comentarios en alguno de estos tres tipos de libros: (a) Los que tienen que ver con cuestiones de lenguaje. (b) Los que están bien escritos. (c) Los que ofrecen un contenido refrescante. Naturalmente, todo ello a gusto de mis preferencias, que son subjetivas porque soy un sujeto, no un objeto. El dicho es de Unamuno, claro. Muchas veces me identifico con el vasco salmantino y otras tantas discuto algunas de sus extravagancias.
Esta semana tengo dos ofertas suculentas. Una es el Manual del manifestante, de José Antonio Pérez (Random House Mondadori). Viene a ser el contraste o negativo del Diccionario políticamente incorrecto de Carlos Rodríguez Braun (LID Editorial) que ya comenté en esta página. El Manual de José Antonio Pérez es también un diccionario de términos políticos actuales en el que el autor introduce irónicamente su manera de ver las cosas. Ese propósito me permite añadir alguna apostilla. Por ejemplo, el diccionario de José Antonio Pérez define así libertario: “Que defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”. Me parece un exceso, pero ahí queda. Simplemente añadiría el término, irónico y cariñoso, que yo propongo de libertario digital: “El lector del periódico virtual Libertad Digital, caracterizado por apreciar la libertad en todas sus formas aunque no de modo absoluto. La razón es que la libertad absoluta ya no sería verdadera libertad”. Otro ejemplo, léase esta afirmación de José Antonio Pérez: “Si existiera una contabilidad global, las cifras de los muertos por el sida y otras calamidades de esta índole habría que apuntarlas en los libros de cuentas de las empresas farmacéuticas que rehúsan suministrar medicamentos a precios asequibles”. Ese es el tipo de afirmaciones que Carlos Rodríguez Braun anotaría con gusto como “políticamente correctas”, es decir, “moralmente desgraciadas”. Así pues, ya tenemos materiales para organizar la zapatiesta.
Ahora, el libro admirablemente escrito. Es un breve relato personalísimo, hondamente afectivo, Confesiones de una abuela, de Josefina Aldecoa (Temas de Hoy), una reedición primorosa que se deja leer. Una observación sobre el léxico. El castellano de doña Josefina es un modelo de buen decir, pero el lector puntilloso encontrará ejemplos del leísmo que ya practicara Cervantes. He ahí una razón adicional para tolerar y deleitarse con las fórmulas leístas, que hoy por todas partes se imponen. Mejor dicho, se imponen por el castellano de Castilla. Pero aun los críticos del leísmo gozarán con el libro de doña Josefina de una prosa como el agua que corre. La autora nos transmite un implícito secreto: se es abuela gozosa no tanto porque se tiene al nieto, sino porque se tiene a los hijos. El librito de la Aldecoa ─supérstite de la llamada “generación de los años cincuenta”─ es el vademécum de las personas que se asoman a la abuelidad. (El palabro lo pongo yo; procede de José Luis Aranguren, creo). Hacía tiempo que no me bañaba en un libro escrito con tanta ternura y melancolía.