En sólo un año Sandro Rosell ha pasado de ser el bueno de "Sandruscu", mano derecha y cerebro deportivo ejecutivo de Joan Laporta, a transformarse en el temible doctor "Sandrekenstein", un molesto grano en el trasero de una junta directiva esencialmente presidencialista. Es curioso. Este sábado volví a ver el polémico documental que retrató el trabajo diario de los nuevos directivos culés, y me llamó la atención constatar que las diferencias empezaron a surgir justo cuando el equipo parecía funcionar otra vez. Mientras el nuevo Barcelona de Laporta estuvo a quince puntos del Real Madrid, todos, desde el primero hasta el último, formaron una piña de cara al exterior. Cuando el equipo recortó las distancias hasta conseguir situarse por encima del Madrid en la clasificación, Rosell empezó a ser visto por el resto como un misterio, una incógnita, puede que incluso un posible opositor.
Al final de una junta con mucha tensión en la que Rosell, en contra de lo que suele ser habitual, casi no abre la boca, un directivo le pregunta: "¿Todo resuelto, Sandro?"... Rosell responde "sí" al cuello de su camisa, pero el directivo le insiste: "Mírame a los ojos, Sandro... ¿Todo resuelto?... ¿De verdad?"... Rosell abandona la junta directiva y Laporta, en ausencia de su amigo "Sandruscu", insiste en que la parcela deportiva la dirigirán Txiqui Beguiristáin y Frank Rijkaard: "Es un tándem que funciona, se entienden muy bien", añade. Lo dicho: de "Sandruscu" a "Sandrekenstein". Al día siguiente alguien llama a Rosell por teléfono, y cuando termina la conversación dice en voz alta: "¡Están muy preocupados, pero es que yo no sé callarme!"...