Son varios los lectores que se han sentido alarmados por mi afirmación de que “los rateros viven en simbiosis con la humanidad”. Antonio de Tena y Javier Oliva, por separado, coinciden en que el enunciado correcto debería ser que los rateros son parásitos de la sociedad, nada de simbiosis. Distingamos.
Dice el Diccionario que la simbiosis es “la asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todos si los simbiontes sacan provecho de la vida en común”. Entiendo que también los seres humanos pueden vivir en relación simbiótica con la sociedad, con otros conjuntos de la misma especie que a sí misma se denomina “sapiente”.
Asegura también el Diccionario que parásito es “el organismo que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo”. No me convence mucho. En primer lugar, también hay parásito de la misma especie. Precisamente, es lo que aquí nos interesa: los hombres que viven a costa de la sociedad, los rateros según los dilectos lectores que cito.
A lo que voy. Los ladrones y otros delincuentes pasa por ser parásitos de la sociedad, de algunos congéneres. Pero también puede ser considerada su acción como simbiótica. Si no hubiera delincuentes, la sociedad sería invivible, no sería humana sino angélica. Aunque pueda extrañar, los delincuentes cumplen una función positiva, la de que el conjunto de la sociedad inmediata aprecie y cumpla las normas de convivencia. Que conste que casi todos somos delincuentes en algún grado menor. El gran Emilio Durkheim ─fundador de la Sociología contemporánea─ dejó el asunto muy claro. Pero no hay que llegar al argumento de autoridad, pues es de sentido común. El famoso mandato de “odia el delito y compadece al delincuente” va por ahí. Hay normas porque hay delitos y delitos porque hay normas. Sería impensable un código sin infractores.
Don Javier insiste “¿qué beneficio saca la humanidad de ratas y rateros?”. Las ratas son bastante útiles. La prueba es que viven allí donde hay hombres. Las ratas devoran los residuos (aunque a veces se extralimitan de esa norma). Gracias a esa acción los hombres no perecen agobiados por su propia basura. Por lo menos eso ha sido así hasta el actual sistema de tratamiento de basuras. Pero aun así, las ratas y otros parásitos nos han llevado a refinar nuestros procedimientos de higiene. Pues con los rateros, tres cuartos de lo mismo. Así pues, en la sociedad humana hay más simbiosis que parasitismo. Oh, ya sé que no he convencido a don Antonio o a don Javier. Pero les he hecho pensar, imagino. Es otra forma de simbiosis.
Ángel-C. Aibar (Barcelona) me envía un largo memorial para demostrar que las obras de infraestructura realizadas en Barcelona son peores que las de Madrid y sobre todo más caras (peajes). Tiene razón en lo de los peajes, si bien eso supuso en su día que Cataluña tuviera autopistas diez o veinte años antes que Madrid. Pero mi tesis principal es que, en relación a sus habitantes y al rango de capitalidad de la nación, Madrid se encuentra muy atrasada en cuanto a obras de infraestructura. Mal que bien, el desfase se compensó un poco en la pasada legislatura, pero el nuevo Gobierno ha dado un parón a las obras. Por ejemplo, Madrid solo cuenta con un cinturón sin semáforos (M-40). Otras ciudades europeas, con menos habitantes y sin ser capitales, cuentan con más cinturones de circunvalación. La razón de que recientemente se hayan parado muchas obras es que en Madrid no hay un partido nacionalista que pueda presionar al Gobierno y ayudarle con sus votos. Es algo tan evidente que no necesita demostración.
José Pedro (Valencia) aporta un dato curioso sobre la leyenda de los instrumentos de tortura de la Inquisición. Cita el caso de un museo en Guanajuato (México), donde se reconstruye una “cámara de los horrores” de la Inquisición. La curiosidad es que, entre los artilugios de tortura, incluye una guillotina. Como todo el mundo sabe la guillotina es un invento de la Revolución Francesa y nada tiene que ver con la Inquisición.