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Juan Carlos Girauta

La embajada de nadie y la afrentosa pareja

No creo que exista ningún otro ejemplo de líderes políticos que, en viaje oficial, ofendan simultáneamente a su país de origen y a su país de destino. Son únicos.

Eudaldo Miralpeix (1943, Barcelona), diplomático de carrera, embajador de España en Israel desde finales de 2003, ex embajador de España en Egipto, Cuba y Jordania, está molesto por la relevancia mediática de lo que la prensa llama “incidente” y la diplomacia española “accidente”, y que consiste en que el Ayuntamiento de Tel Aviv, tomando a Maragall y Carod por españoles, colocara la bandera de España en el lugar donde debían realizar una ofrenda floral, y en que la floristería local que montó la corona, incurriendo en el mismo error de apreciación, uniera con alfileres a la banda catalana otra española.
 
Aunque el florista israelí bien podría ser un profundo conocedor de nuestra realidad, y habría urdido la sutil metáfora visual de los alfileres para reflejar la actual relación de una parte, Cataluña, con su todo, España. La bandera irritó a Carod, que se ausentó del acto; el recordatorio de los alfileres podría haber complacido a Maragall, que se dice federalista asimétrico, pero no: más asimétrico que federalista, soportó la bandera, pero no la sutileza floral, que desapareció.
 
Estábamos preparados para las incongruencias de Maragall y para la congruencia de Carod, líder del partido que considera nuestra bandera común la del enemigo, pero no para ver a toda una embajada española presentando excusas y justificaciones por la presencia de la enseña del país que representa. Ellos, dicen, no tienen que ver. Insisten en que la culpa fue del Ayuntamiento y de la floristería. Es más, expresan su “sorpresa” por el hecho de que no ondeara solamente la bandera de Israel y aducen en su descargo que, al menos, retiraron la banda. Que nadie vaya a pensar que una embajada española va poniendo por ahí símbolos españoles en actos con autoridades españolas. Que sepan todos que se dedican a retirarlos. Pues bien, ahora ya lo sabemos, señor embajador. Puede seguir con sus recepciones de Ferrero Roché. Le sugiero un pabellón pirata.
 
El poderoso tripartito, como es sabido, también gobierna Barcelona. Su Ayuntamiento, a través del Instituto de Educación, ha editado el libro Republicanos y republicanas en los campos de concentración nazis, donde leemos: “De todos los problemas que hay ahora mismo en el mundo, probablemente hay dos que (...) tienen muchas similitudes con el genocidio nazi (...): la construcción del muro de la vergüenza en Palestina y el encierro de prisioneros talibanes en (...) Guantánamo.” Para acabar de arreglarlo, cuando enumeran los grupos que los nazis llevaban a los campos, los judíos aparecen al final. Pilar Rahola, en su artículo Maragall, ¿qué dirás en Israel? lanzaba esta pregunta al president justo antes del controvertido viaje oficial: “¿Explicará a los israelíes que, en Barcelona, publicamos libros, con dinero público, que comparan a Israel con los campos de exterminio?”
 
No creo que exista ningún otro ejemplo de líderes políticos que, en viaje oficial, ofendan simultáneamente a su país de origen y a su país de destino. Son únicos.

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