Estados Unidos no está peleando una guerra contra el terror. El terror es una respuesta emocional. Pelear una guerra contra el terror no tiene más sentido que pelear una guerra contra la avaricia o la envidia.
Sin embargo, ¿estamos peleando una guerra contra el terrorismo? Algunos analistas hacen el convincente argumento que el terrorismo es un arma. Por lo tanto, ellos dicen que declarar la “guerra contra el terrorismo” es semejante a declarar la “guerra contra los submarinos”.
Pero el terrorismo, que es hacer de los civiles el blanco intencional por motivos políticos, es una táctica atroz que puede ser combatida como la gente lo ha hecho con la guerra bacteriológica, el genocidio, la limpieza étnica, la esclavitud y la piratería. Todas estas son prácticas que la gente civilizada no debería consentir.
Argumentar que lo que para unos es un terrorista para otros es un luchador de la libertad –como lo hace la agencia de noticias Reuters— es relativismo de una mentalidad sentimentaloide, igual que afirmar que no hay diferencia entre matar soldados en un campo de batalla y asesinar hombres, mujeres y niños en cámaras de gas.
Además debería ser obvio que la gente que valora la libertad y los derechos humanos no mata intencionalmente a los hijos de otras personas. Aún en los niveles más bajos de la Revolución Americana, George Washington jamás tomó en consideración cortarle el cuello a los niños Tories.
Pero no es sólo el terrorismo contra el que América y sus aliados están luchando. En un nivel más profundo estamos luchando contra las ideologías que pueden llevarnos hacia el terrorismo o justificarlo. Entre ellas, está el nihilismo, la doctrina que dice que las instituciones actuales deben ser demolidas hasta sus cimientos para que después algo nuevo y mejor pueda construirse sobre esas ruinas. El nihilismo está ahora en plena exhibición en Irak, donde la llamada insurgencia usa los asesinatos en masa y el sabotaje para tratar de evitar que una sociedad decente emerja.
También estamos peleando el totalitarismo, la creencia que un grupo debería tener el poder de dominio absoluto sobre todos los demás. El totalitarismo es generalmente combinado con el supremacismo, la doctrina que dice que algunos grupos son inherentemente superiores a otros.
El totalitarismo supremacista viene en una variedad de formas. Los supremacistas blancos creen que la gente de piel clara son mejores que aquellos con pieles oscuras. Los nazis creían que los arios tenían el derecho a mandar sobre los “mestizos” o razas “inferiores”. Los comunistas querían establecer una “dictadura del proletariado” sin ningún derecho para los “explotadores burgueses”.
El baazismo, la ideología adoptada por Sadam Hussein en Irak y la familia Assad en Siria, fue conscientemente diseñada usando el nazismo y el comunismo. La diferencia está en que los baazistas le dan a los árabes el papel que los nazis reservaban para los arios y que los comunistas dan a la clase trabajadora.
El wahabismo, el binladenismo y otras formas de islamismo radical están fundadas en la convicción que los musulmanes que se adhieren a la interpretación estricta, altamente politizada e intolerante del Islam tienen –literalmente— el derecho divino dado por Dios para dominar el mundo.
Hace unos días, uno de los lugartenientes de Osama bin Laden fue capturado así como otro de los cabecillas del grupo de Abu Musab al-Zarqaui, el jefe de la operación iraquí de Al-Qaeda. Una gran ofensiva americana parece haber eliminado un importante santuario de los suicidas al oeste de Irak. Cada vez más, esas acciones militares inutilizan a peligrosos grupos terroristas.
Pero también debe lucharse contra el conflicto ideológico: una guerra contra el nihilismo, el supremacismo, el totalitarismo, el baazismo y el islamismo radical. Aquellos que se apuntan a esos sistemas de creencias no tienen ningún escrúpulo y usan el terrorismo, el genocidio y otras formas de barbarismo para eliminar, según sus convicciones, a todos aquellos que bloquean su camino hacia la gloria y el poder.
“Nada del siglo XX ha llegado a su fin, nada en absoluto, excepto esas cifras arriba del calendario y la escritura en la que los manifiestos revolucionarios se han publicado” escribió el crítico social Paul Berman. “Esta escritura -- que solía ser en letras góticas del alemán, que luego fueron cirílicas, que después se han convertido en farsi y árabe – no importa el alfabeto, nos presenta la misma explicación apocalíptica de por qué, en esta hora del Armagedón, masas de seres humanos deben ser asesinados.”
En otras palabras, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y la que puede llegar a ser conocida como la Larga Guerra del Siglo XXI son en realidad la misma lucha contra el mismo enemigo. El enemigo cambia de nombre pero su índole fundamental sigue siendo la misma.
©2005 Scripps Howard News Service
©2005 Traducido por Miryam Lindberg
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias, un instituto político especializado en el estudio del terrorismo.