Mientras la progresía oficial se empeña en explicarnos que debemos aliarnos con las restantes civilizaciones, dialogar mucho, mostrar nuestro mejor talante y pacificar sus malos instintos a base de ayuda económica, desde las tierras del Islam nos llegan noticias que apuntan en otra dirección.
La política norteamericana comienza a cobrarse dividendos. La estrategia seguida en Palestina, negando a Arafat como interlocutor y forzando a Abbas a avanzar en el proceso democrático, ha producido el previsible impacto en el mundo árabe. Las elecciones iraquíes, retransmitidas al segundo por las cadenas regionales, ha despertado en muchos el ansia por acceder a un régimen democrático. Y es que, por más que se repita lo contrario, la libertad en un valor universal que está por encima de las civilizaciones.
En Kuwait se ha aprobado el reconocimiento del derecho de voto a la mujer. Un hito en una nación tradicional, que actuará como dinamizador de procesos semejantes en otros estados árabes.
En Asia Central, en tierras de la extinta Unión Soviética, los uzbecos continúan su revuelta ante un gobierno tan despótico como corrupto. Allí se suma la influencia de los procesos ya citados con otros propios del área de influencia rusa: las revoluciones democráticas acontecidas en Georgia y Ucrania. Una vez más el reformador Putin apuesta por la autoridad y respalda la represión contra los manifestantes. Una vez más Putin se equivoca y asocia a Rusia con la violencia institucional ante el pueblo uzbeco.