Cada vez hay más personas que utilizan diversos dispositivos móviles en la vida diaria. En nuestra redacción ya hay varias personas que utilizan iPod o algún reproductor MP3 más o menos equivalente, todos tenemos móviles, muchos cámaras digitales y algunos ya tienen PDA. Desde luego, no llegamos al extremo de nuestro colaborador Enrique Dans, pero lo cierto es que la tecnología móvil se ha convertido ya en algo imprescindible en la vida de muchos y, según mejoran sus características, también aumentan sus necesidades energéticas. Desde hace años, éste es el principal cuello de botella con que cuentan, disponer de baterías que duren mucho tiempo, aporten la potencia necesaria y, a poder ser, no tarden en cargar una eternidad.
Para afrontar este problema hay dos frentes y, como no podía ser de otra manera, se está trabajando en ambos. El primero es la reducción de la energía necesaria para que funcionen. Una de las promesas que ofrece la tecnología OLED, la probable sustituta de nuestras pantallas TFT dentro de unos años, es reducir el consumo de energía a un tercio del actual, aproximadamente. Esto sin contar su mayor calidad y menor precio. Intel está apostando fuertemente por reducir el consumo de los ordenadores portátiles para poder llegar en cinco años a una autonomía de ocho horas. Algunas de las mejoras se deben a la reducción de los componentes, que siempre implica un menor porcentaje de energía desperciado en calor, mientras que otras tienen su causa en mejoras en el diseño de los chips que "apagan" aquellas partes de los mismos que no se están empleando.
La investigación en torno a las baterías siempre parece moverse con más lentitud. Las células de hidrógeno, en el caso de convertirse en una opción viable, lo serán a largo plazo. Estas células no dejan de ser, hasta cierto punto, como una central de energía en miniatura en la que se realizan una serie de reacciones químicas que producen electricidad. Si el problema en los coches es que aún no producen lo suficiente, en los portátiles es el tamaño y el peso lo que hay que reducir. Emplean una solución de agua y metanol con un catalizador para descomponer este último y producir energía, pero desafortunadamente la concentración de metanol ha de ser baja para que funcione y las células son muy grandes para almacenar todo ese líquido. Además, la recarga es parecida a la que hay que hacer con un mechero, siempre más incómodo que enchufarlo a la red eléctrica. El último prototipo que han mostrado IBM y Sanyo pesaba más de dos kilos y ocupaba más que el portátil que alimentaba. Desde el 2003 llevamos oyendo promesas de productos comerciales con esta tecnología, pero aún no se han presentado al público.
Es de esperar que las innovaciones de las baterías que emplean iones de litio, que parece haberse convertido en el nuevo estándar en dispositivos móviles, lleguen un poco antes. La mayor mejora que se prevé por ahora en ellas es la invención de Toshiba que, empleando nanotecnología, permite reducir el tiempo de carga a poco más de un minuto. Además, no padece el problema de degradación que provoca que nuestras baterías duren menos con cada recarga. Si sus promesas se cumplen las veremos el año que viene. Otro producto que está empezando a triunfar en Japón son las pilas comercializadas por Panasonic y que emplean un nuevo compuesto que han denominado Oxyride. Con un precio un 10% mayor que las pilas alcalinas, duran el doble que éstas y suministran una potencia 1,5 veces superior.