Dicen que es injusto negarle a Zapatero lo que tuvieron Suárez, González y Aznar, que Rajoy quiere impedir al presidente “explorar” el fin del terrorismo mediante el diálogo. El curioso verbo se ha impuesto con fuerza. Otros recuerdan las cruciales diferencias entre Aznar explorador y el actual portador del salacot, sus nada comparables incursiones en la jungla: el uno –según él mismo afirma- sólo auscultando la disposición de la ETA a rendirse, durante una tregua, sin dejar de aplicar la ley, sin soliviantar a las víctimas, con transparencia y sin concesiones; el otro entre bombas, contra leyes y pactos, indignando a las víctimas, haciendo regalos por adelantado y sólo transparente a la hora de mostrarle su juego al enemigo.
Sorprende que no se repare en la principal diferencia entre la iniciativa de Zapatero y las anteriores: la sincronización de dos procesos, el del diálogo con ETA y el del cambio de modelo de Estado. Porque Zapatero no sólo se ha vestido de explorador para dialogar con el terrorismo, sino también para acelerar la historia de España cambiando su estructura e identidad. Con el mismo traje, en el mismo safari y por el mismo precio.
Esta simultaneidad desacredita el supuesto límite de no pagar un precio político por la paz. No sólo hay un precio, no sólo ha empezado ya a pagarse, sino que el precio es tan alto y desproporcionado, tiene en realidad tan poco que ver con la ETA y son tantos los que lo exigen con calculadas dosis de invocaciones a conflictos, agravios y paces, que forzosamente hay que concluir que el terrorismo ha devenido excusa e instrumento de cuantos lo condenan formalmente mientras aprovechan su existencia para precipitar sus propios objetivos.
La coincidencia del diálogo con la ETA y la reforma del modelo de Estado es explosiva y es un error imperdonable. Si el PSOE pretende sinceramente abordar ambos procesos, tiene la obligación legal y moral de separarlos. Que empiecen por el que prefieran. Que no se planteen reformas estatutarias, ni nuevos modelos de financiación, ni impulsos descentralizadores hasta que ningún político necesite escolta. O a la inversa, que abandone la ETA toda esperanza y, sin interlocución alguna con los terroristas, sus valedores o sus intérpretes, que se discuta, desarrolle y cierre la reforma constitucional, estatutaria, financiera, conceptual o identitaria. Luego ya se verá. Hacer coincidir en el tiempo ambos proyectos y, lo que es peor, unirlos en el mismo espeso discurso, refuerza la retórica del conflicto histórico con el que ETA ha justificado sus crímenes y el nacionalismo los ha contextualizado.