He de reconocer que la palabra “revolución” me gusta muy poco. En los últimos años se ha utilizado con enorme ligereza y hablar de revolución a día de hoy parece en cierto modo una frivolidad. Pero lo cierto es que buscando un título para este artículo era la única palabra que realmente encajaba. En su acepción de “cambio rápido y profundo en cualquier cosa”.
Porque la realidad es que empezamos a dar muchas cosas por sentadas en el mundo online, y nos paramos poco, en medio de la frenética marcha de la Red, a recordarnos que hemos vivido no una, sino varias revoluciones consecutivas que todavía están sacudiendo el mundo y han cambiado de forma dramática nuestras vidas y nuestro futuro. Hace escasamente ocho años navegar en la Red nos equiparaba a bichos raros. Hoy no estar en la Red es ser un bicho raro.
Internet ha cambiado muchas cosas, pero aún le queda muchísimo camino por recorrer para cambiarlo absolutamente todo. La Internet ubicua que hoy sólo intuimos nos acompañará a todas partes, intervendrá en todos los aspectos de nuestra vida, y será un instrumento transparente que intervenga de forma mucho más importante y decisiva que ningún otro medio a lo largo de la historia. No es algo que quiera vender como positivo, a pesar de sus evidentes aspectos beneficiosos, sino simplemente como diferente. La dependencia de la Red será un hecho, con su parte buena y mala.
Hasta ahora la Red ha provocado cambios decisivos pero tímidos. Es cierto que la revolución de la información es un hecho, pero no la de su organización. El ascenso de gigantes como Google, aprendiz de un futuro con mucho recorrido, así lo atestigua. El creciente ascenso del eBusiness (hoy una fracción de lo que será en 10 años) anticipa una transformación de los negocios que aún no se ha producido. El cambio de los hábitos de los consumidores (en el consumo de música, en el uso de los servicios de banca, en las compras online, en la lectura, en el declive de la televisión) es hoy una tendencia minoritaria cuyos efectos apenas se perciben. La Red lo ha cambiado todo y ha provocado una revolución, pero allá afuera todo es business as usual.
Y sin embargo no es así. La industria del software ya acusa el cambio: gigantes como Novell o IBM han abrazado esa otra revolución del software libre, que ya no es algo que se construya “desde abajo”, sino también desde las alturas de grandes multinacionales. IBM y Novell no han sido idealistas, han sido enormemente inteligentes para saber que la única apuesta válida contra Microsoft es batallar con un conjunto de reglas diferentes. La revolución del software libre es tal porque ha roto los esquemas del mercado, ha planteado un nuevo orden.
Al hilo de esto, la propiedad intelectual también tiene su revolución en ciernes. El auge de las Creative Commons es la constatación de que ya hay una alternativa al sistema de creación y distribución intelectual que ha imperado en los últimos siglos. No es nada nuevo, se parece sospechosamente a otros esquemas de creación intelectual que hemos tenido a lo largo de la historia. Y es un arma cargada de futuro.
El imparable crecimiento de los weblogs, esas herramientas tan sencillas, insignificantes, individuales y minoritarias, está poniendo patas arriba el mundo de los contenidos, y cada vez más afecta al mundo empresarial o político. Lo que empezó casi como un divertimento se ha convertido en un fenómeno de masas, pero no de masas pasivas como hasta ahora, sino de una masa activa, creativa, inconformista, democratizadora. También irresponsable, gamberra, tremendamente divertida, transgresora y experimentadora. Fermento de sucesivas oleadas de innovación. Los weblogs no son una revolución. Son la base de ella. Sobre ellos se podrá construir mucho o dejarlos en nada. Pero me temo que será mucho.