Jaime Lerner se chancea de una nota oficial, a propósito de la visita de Miguel Ángel Moratinos a Condoleeza Rice. La nota termina así: “Hay que confiar en que el encuentro haya ayudado a deshacer entuertos”. La chanza proviene de que los “entuertos” son los dolores que acompañan al parto, lo que da pie a don Jaime para imaginar que la visita de Moratinos ha sido para mitigar los dolores de la parturienta señorita Rice. Bueno, el comentario es gracioso, pero tampoco hay que escribir sobre papel de fumar. Los “entuertos” son también los agravios que puede haber entre dos países o dos personas.
José María Jiménez Shaw duda de si hemos de decir “Benedicto decimosexto” [no hace falta la tilde] o “Benedicto dieciséis”. Puesto que escribimos “XVI” y no “16º” mejor será decir “dieciséis”. En latín se impone el ordinal en todos los casos, pero en español solo hasta el X (décimo). La regla vale para los siglos, los Papas y los Reyes. “Pío nono” (mejor todavía que “noveno”) y “Pío doce”; “Alfonso sexto” y “Alfonso trece”; “siglo tercero” y “siglo veinte”. Es una convención muy cómoda, dado lo engorrosos que son los ordinales más allá del décimo. Se podría poner el ordinal más allá del “décimo” con un sentido literario. Por ejemplo, “la vigésima centuria ha sido particularmente sangrienta”.
Gabriel Martínez-Almeida (Enschede, Holanda) dice que le pica la curiosidad por saber cuál sería el equivalente de inhumar (= enterrar) cuando el cadáver se arroja al mar. Francamente, no sé que haya un verbo para esa acción. Más difícil sería el caso de tener que arrojar un cadáver al espacio desde una nave espacial. Mi impresión es que en todos esos casos valdría inhumar por analogía. Cierto es que literalmente inhumar sería volver a la tierra, al humus. Pero en un sentido analógico, el agua del mar o el vacío cósmico (el éter) también son parte de la naturaleza. Por la misma razón, se debe decir aterrizar cuando una nave se posa sobre la superficie de cualquier otro cuerpo que no sea la Tierra. No hace falta inventar lo de alunizar, amartizar, etc. En cuestiones léxicas debemos ser conservadores; y en otras también. Las innovaciones, cuando sean necesarias.
Pablo Sacristán me pregunta “si la palabra jibarizar se puede utilizar para indicar que se usan piezas de varias máquinas para arreglar o construir otra”. Podría servir para esa función si se indicara que la máquina resultante es más pequeña que la original. Por ejemplo, con el desguace de un barco grande se puede construir (jibarizar) un barquito. Lo fundamental de jibarizar es la reducción de tamaño. En las fusiones de las grandes empresas suelen resultar unidades de menor número de empleados, es decir, jibarizadas.
Maite Sánchez Bernal (Valladolid) me cuenta que en su pueblo llaman arrascaviejas a esas matas espinosas que desprende el viento y que ruedan por los campos y caminos. Doña Maite dice que sus amigos se ríen de esa palabra que no está en el diccionario. Ciertamente no está en el DRAE, pero sí la recoge el de César Hernández Alonso (Diccionario del castellano tradicional). Me parece muy expresiva. Es un fenómeno que produce cierta alarma en el automovilista o el paseante por el campo, que ve avanzar esas matas redondeadas, impulsadas por el viento, como si fueran espectros.
Manuel Maese salva para la posteridad un comentario de Virginia Hernández en El Mundo (3 de septiembre de 2004): “Amenábar presenta Mar adentro, un giro de 360º en su carrera”. Es decir ─comenta don Manuel con toda razón─ que “la carrera de Amenábar acabó en el mismo sitio en que estaba”. Por lo visto “El Mundo corrigió el gazapo en su edición de internet”. De sabios es rectificar. La autora quiso decir, sin duda, que Amenábar dio un giro de 180º, esto es, esta vez caminó en la dirección contraria. Ese disparate de los 360º lo he oído más de una vez. Es como lo del “salto cuántico” para indicar “un gran salto”, pero lo cuántico es lo infinitamente pequeño. Don Manuel se queja de la expresión “tres (o más) alternativas” cuando solo podrían ser dos. En teoría es así, pero en la parla coloquial se acepta que pueda haber tres o más alternativas u opciones.
Francisco Javier Bernad Morales (y no “Bernard”, como alguna vez he escrito; lo siento) se sorprende de una nueva expresión oída en el metro: “aperturar un expediente”. Es una barbaridad, claro está, cuando ya tenemos “abrir”. Es la consabida cadena de verbo-sustantivo-nuevo verbo: explotar-explosión-explosionar; abrir-apertura-aperturar. A todas luces se trata de una pesadilla.
Luis Orlando Pacios Rodríguez (Madrid) sostiene que le suena mejor ha advertido que y le rechina ha advertido de que. Tiene razón. El oído no suele engañar. El Diccionario de dudas de Seco lo deja bastante claro. Hay tres sentidos del verbo advertir:
1. Advertir como “darse cuenta, notar u observar”. No lleva preposición. Ejemplo: “Advirtió un tufillo a quemado”.
2. Advertir como “notar la presencia de una persona”. Lleva la preposición “de”. Ejemplo: “Le advirtió de la presencia de un testigo”.
3. Advertir como “avisar, amonestar”. Puede ir con la partícula “que”. Ejemplo: “Le advirtió que estaba prohibido”.