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José García Domínguez

El misterio de los calamares

Por aquel entonces, a principios del siglo XX, nacería la leyenda urbana de las portadas de los diarios de hoy: ese Madrid de seis millones de voraces comedores de bocadillos de calamares costeados a escote entre Puigcercós y Pasqual Maragall

El propósito lo anunció anteayer el consejero de Hacienda del tripartito. Pero esa declaración no fue más que un plagio descarado del programa filosófico del gran Francesc Pujols, aquel sublime orate ampurdanés al que Salvador Dalí tuviera por mentor espiritual. Porque sería Pujols el primero en anunciar la llegada del luminoso amanecer a partir del cual todo resultaría gratis total a los hijos de nuestra región. “Muchos catalanes se pondrán a llorar de alegría; se les deberán secar las lágrimas con un pañuelo. Porque, siendo catalanes, vayan donde vayan, todos sus gastos les serán pagados (...) Al fin y al cabo, y pensándolo bien, valdrá más la pena ser catalán que multimillonario”, auguraba aquel profeta visionario.
 
Y así, desde la relativa grandeza de un Prat de la Riba escindido entre la ambición de quererse el Bismarck español y el Bolívar catalán, hasta la absoluta miseria del Maragall travestido de Umberto Bossi en Madrid y de Francesc Pujols en Las Ramblas, hemos perdido el último siglo. Sí, cien años han pasado de aquella España de toreros, moscas y fabricantes de Sabadell que exigían golpes de estado para sestear a la sombra del arancel. Cien años desde que el doctor Robert, alcalde de Barcelona y padre de la frenología patria, bendijera el “cierre de cajas”, dando por inaugurado el interminable festival local del victimismo lacrimógeno.
 
Por aquel entonces, a principios del siglo XX, nacería la leyenda urbana de las portadas de los diarios de hoy: ese Madrid de seis millones de voraces comedores de bocadillos de calamares costeados a escote entre Puigcercós y Pasqual Maragall. Y es que la supervivencia de la hegemonía nacionalista en Cataluña exige que aquella España de charanga y pandereta no deje de existir jamás, que sea eterna. Porque para Maragall, es una cuestión de vida o muerte política la vigencia de su imaginaria Sefarad, con su caspa, sus moscas, sus maletillas y sus cuatro progresistas aborígenes a los que echar una mano paternal desde nuestra atalaya de civilización y modernidad. Mas como Sefarad, inopinadamente, no existe, hay que inventarla cada día en TV3. Inventarla, igual que en el congreso del PSOE, el president fabricó a ese Zetapé dispuesto a firmar cualquier cosa que proponga él desde Barcelona. Él, que únicamente accede a firmar lo que sea a condición de que cree desigualdad entre los españoles, en función del terruño donde tengan fijada su vecindad administrativa.
 
Losabertzalesde las tierras vascas fueron los primeros en imponer que se rompiera la solidaridad fiscal como entremés de la ruptura de España. Y tras cien años de escarceos, por fin, los nietos del otro medidor de cráneos, el del Ensanche, acaban de descubrir sus genuinas señas de identidad: los calamares. Pujol ha muerto, viva Pujols.

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