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Juan Carlos Girauta

Anticatolicismo

No es necesario un doctorado en historia contemporánea para entrever cómo muchas de las grandes catástrofes del último siglo se han alimentado de anticatolicismo

No es necesario un doctorado en historia contemporánea para entrever cómo muchas de las grandes catástrofes del último siglo se han alimentado de anticatolicismo. No aludo al debate de las ideas sino a los ataques premeditados a sectores de población a causa de su fe. Hay una pátina anticlerical más o menos inocua; hay bromas enraizadas en la cultura (en su acepción antropológica); hay declaraciones de descreimiento para sugerir una distancia intelectual en medios donde se da por más leído al ateo o agnóstico que al creyente, cuando tan a menudo salta a la vista lo contrario. No aludo a ninguna de estas cosas.
 
En el país de la Semana Trágica, la quema de conventos y el asesinato masivo de religiosos subsisten fantasmas que, confieso, se me escapan ya a estas alturas. Allá cada cuál con sus pátinas e inseguridades, pero hay un límite en la deliberada voluntad de herir a los creyentes en su fe. Y algo de eso está azuzando, de nuevo, la izquierda gobernante. Una voluntad dañina vuelve a latir en quienes esconden su preocupante inoperancia tras un racimo de medidas dirigidas a reordenar la vida privada de los ciudadanos. Por cálculo político se usa peligrosamente el anticatolicismo como aglutinador de opciones hasta hace poco dispersas. Median también las fantasías de gobernantes (y estrictas gobernantas) de dudoso bagaje. El efectismo les pone a menudo en el ridículo estético: la imagen del concejal besando al ministro no glosará la emancipación social sino la historia del kitsch.
 
Hay un poeta –él lo proclama y yo no lo negaré, estas cosas son muy delicadas– que ha visto abierta la veda contra los católicos, como en los buenos tiempos míticos jamás vividos (para su suerte), y ha decidido contribuir con su granito de arena: un artículo en las páginas catalanas deEl Mundoque compara, desde el título, a Benedicto XVI con Himmler. Abusar del paralelismo con los nazis viene siendo condenado por intelectuales judíos porque en vez de envilecer al criticado se dulcifica a los genocidas. Logrado el objetivo de colocar sobre una foto de Ratzinger las palabrasHimmler en el Vaticano, que era de lo que se trataba, había que justificar mínimamente la comparación. Al poeta no le falta imaginación, y prueba con esto: “La mano derecha de Woytila había organizado un colegio cardenalicio con lo mejorcito de la extrema derecha sotanosáurica mundial”. Flojo. Como el título sigue sin justificarse, nos comunica por fin que “un holocausto será en el Tercer Mundo el resultado de la política de Ratzinger sobre los preservativos y anticonceptivos en general”. Ahora sí. El no al condón equivale a Holocausto, ergo Ratzinger es Himmler. ¿Y quién es Rodríguez Zapatero, que excita estas pulsiones? Los ateos, agnósticos y creyentes que conocemos los límites de lo tolerable empezamos a saberlo.

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