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EDITORIAL

Berlusconi bis

Forza Italia, la Alianza Nacional y la Liga Norte, los otros partidos de la coalición, se han aplicado a rehacer el Gobierno para que, en 2006, la izquierda no les apee del Palazzo Chigi

Esta semana tocaba a su fin en Italia el gabinete más longevo desde la segunda guerra mundial. Casi cuatro años en un país que, desde que fuese proclamada la República en 1946, se ha hecho famoso por una sorprendente volatilidad política. Lo noticioso, sin embargo, no es que este duradero Gobierno haya entrado finalmente en crisis, sino que haya tardado tanto tiempo en hacerlo. El mapa político italiano es un auténtico mosaico de fuerzas donde si formar una mayoría consistente en las cámaras es complicado, mantener las alianzas durante casi una legislatura es algo propio de titanes de la política. Silvio Berlusconi, il cavaliere, va camino de conseguirlo porque tras la inesperada dimisión del miércoles ha reconstruido los pactos de Gobierno con pasmosa celeridad.
 
Desde hace más de tres años el fundador de Forza Italia lidera una coalición de centro derecha, conocida como “Casa de las Libertades”, que engloba a democristianos, conservadores, liberales y federalistas del norte. Semejante conglomerado tan heterogéneo como difícil de gobernar se ha mantenido durante todo este tiempo gracias a un favorable ciclo electoral que se rompió en las elecciones regionales del 3 de abril. Una coalición de izquierdas, inspirada en el célebre Olivo de los ’90, arrebató a los de Berlusconi un buen puñado de regiones, algunas de importancia como el próspero Piamonte o la emblemática Toscana. La resaca electoral dio comienzo con la dimisión de los miembros democristianos del Gobierno. Su intención, a pesar de la espectacularidad de las dimisiones, era forzar una crisis del gabinete para que éste procediese a una remodelación completa de cara a las elecciones de 2006. El cavaliere lo ha visto claro, ha disuelto el Ejecutivo y ha nombrado uno nuevo con el que medirse dentro de un año con Romano Prodi, que tras su paréntesis europeo, ha regresado a Italia para reconquistar el poder cabalgando a lomos del nuevo izquierdismo italiano que, por desgracia, empieza a parecerse demasiado al español.
 
El renacido frente amplio de izquierdas en Italia, bautizado con el nombre de “La Unión”, está ensayando las mismas prácticas que sus homólogos españoles. Agitando el espantajo del antifascismo, parte de la izquierda italiana lleva lo menos dos años hostigando sin pausa al Gobierno Berlusconi y poniendo en tela de juicio su legitimidad. Ocasión tuvimos de verlo durante la intervención aliada en Irak, en cuya posguerra Italia se ha significado con valentía y sin prejuicios, y pudimos confirmar nuestras sospechas con la campaña montada en el país trasalpino tras los desgraciados incidentes de las periodistas Torretta, Pari y Sgrena, que responsabilizaron al Gobierno de su país de sus respectivos secuestros por parte de los terroristas islámicos que asolan el Irak postbélico.
 
El falso pacifismo ha servido -una vez más- a la izquierda como tapadera perfecta para erosionar a un Gobierno que, en materia exterior, tiene poco de lo que avergonzarse. La máquina de la propaganda a granel inaugurada con motivo del conflicto iraquí se encuentra a pleno rendimiento. El lunes se celebra en Milán el 60 aniversario de la liberación de la ciudad de la ocupación nazi. Diferentes organizaciones de izquierda ya han anunciado que pretenden tomar la capital de Lombardía y amargar la fiesta de la liberación al premier Berlusconi y a los miembros de su Gobierno que se encuentren allí. La fiesta pertenece a todos los italianos y es una de las fechas más celebradas de la República, sin embargo, esa izquierda que ya ha devenido tan aficionada a la pancarta como la nuestra cuando estaba en la oposición, pretende apropiársela por las bravas.
 
Los cristiano demócratas de Follini y Buttiglione lo han visto venir y parecen advertidos de la lección española. Forza Italia, la Alianza Nacional y la Liga Norte, los otros partidos de la coalición, se han aplicado a rehacer el Gobierno para que, en 2006, la izquierda no les apee del Palazzo Chigi. Los rotativos italianos, escamados por la extraña autodisolución del Ejecutivo, han denominado con sorna al nuevo Gobierno como Berlusconi bis. Alcavaliere, no obstante, le va a hacer falta algo más que ingenio para salir airoso de la que se le puede venir encima de aquí a las próximas elecciones. 

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