No sé a qué viene tanto revuelo con la propuesta maragaliana de meter a Cataluña en la Organización Internacional de la Francofonía junto con Benin, Burkina Faso, Togo, Haití y otras potencias hermanas. Tanto dinero invertido en “hacer pedagogía sobre Cataluña” –cometido al que, por cierto, don Pasqual quería consagrar la jubilación de Jordi Pujol–, tanto esfuerzo y tantas explicaciones para que ahora sorprenda nuestra francofonía.
Entras en cualquier bar y compruebas cómo brota el francés por doquier. Quién no ha mantenido largas conversaciones sobre simbolismo, enciclopedismo o cartesianismo, en perfecto francés, con desconocidos. Es lo más normal del mundo; aquí no sólo hablamos todos francés, es que podemos dar conferencias sobre poesía, historia y filosofía francesas. Por la noche lo común es sintonizar canales y emisoras francesas, cenamos a las seis y media de la tarde con mucha mantequilla, vemos des programes tipo Apostrophe, cantamos en familia La Mauvaise Réputation de Georges Brassens, el inolvidable chanteur, y nos vamos a dormir. Chez moi, al vivir solo, me limito a pensar en francés.
Nuestro origen está en la Marca Hispánica de Carlomagno, una fértil barrera contra el muslime. Obedecimos al Conde de Tolosa y pertenecimos al Reino de Aquitania. Nuestros historiadores han bebido de la gran colección de Asterix. Prácticamente somos franceses. Los rebomboris del pa de Barcelona, revuelta popular acaecida la noche del 28 de febrero de 1789, fueron una especie de prólogo de la Revolución Francesa. Echo un vistazo a la lista de miembros de la Francofonía organizada y veo a mis hermanos de sangre: República Centroafricana, Egipto, Burundi, Vietnam, Marruecos.
No creo que constituya un impedimento el hecho de que Cataluña sea el único miembro no soberano de la magna institución. Como es obvio que Maragall se siente plenamente español, seguramente su iniciativa es sólo el primer paso para el ingreso de España en la Organización, acto justísimo habida cuenta de los orígenes del linaje Borbón y del Código Civil, por no hablar de la simpatía que aún despierta por estos pagos Pepe Botella.