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GEES

La irresponsabilidad europea

decir que le vendemos esas tecnologías porque de todas formas los chinos terminarán desarrollándolas por sí mismos es un argumento de un especioso como para que se nos caiga la cara de vergüenza

Europa, es decir, la Unión, es decir los franceses que la crearon para su mayor gloria y para suplementar con lo de los demás su déficit de grandeur, siempre muerta de celos por el superávit de ese género que los americanos tienen casi sin proponérselo, se queja de no ser consultada, de no ser tenida en cuenta, a pesar de tener el secreto para resolver todos los  problemas mundiales, a base de palabras, gestos y euros apaciguadores. Nada de cabrear al prójimo, que luego pasa lo que pasa.
 
Si los chinos quieren tecnología militar avanzada, pues se les da, que hay que tenerlos contentos porque la gente satisfecha siempre es más propensa a portarse bien con todo el mundo, a lo mejor incluso con sus mismos súbditos que no acaban de entender por qué el Partido Comunista tiene el monopolio del poder y por qué no puede haber elecciones libres en su país. De paso se hacen unos euros, que siempre vienen bien. Y si esa tecnología, como todo el intenso y muy concentrado esfuerzo armamentístico chino está dirigido como un dardo a terminar con la libertad de Taiwán, -por cierto, también llamada Formosa, hermosa en un portugués muy ligeramente transformado, porque fue asentada primero por españoles y luego por nuestros vecinos, cuando los de enfrente no habían mostrado ningún interés en la isla tenuemente poblada por polinesios- pues también se les da Taiwán y se acaba con el problema y la potencia militar acumulada se vuelve inocua. Si a lo largo de milenios China ha dominado todo su entorno siempre que ha estado en condiciones de hacerlo, digamos que eso es el pasado y que hay que mirar al radiante futuro lleno de paz y felicidad, si los belicosos americanos no lo malogran.
 
La idea podría ser buena pero al revés. Que el continente se deje anexionar por la isla y asimile su sistema democrático y nadie objetará la unificación, especialmente si va acompañada de auténticas negociaciones entre los ribereños, sobre los mares adyacentes que China continental reivindica obstinadamente para ella sola.
 
Mientras tanto, decir que le vendemos esas tecnologías porque de todas formas los chinos terminarán desarrollándolas por sí mismos es un argumento de un especioso como para que se nos caiga la cara de vergüenza. Pero más allá de los peligros que la acción llegue a suponer o de los idílicos beneficios que podría reportar, hay un decisivo argumento de solidaridad, de cohesión de la Alianza más importante que existe en el mundo, a la que los europeos le debemos gran parte de esa seguridad que damos por supuesta y que fue el cimiento y soporte de nuestra libertad y nuestra prosperidad, una alianza de democracias que fue decisiva para dar al traste con el abominable sistema comunista y el despótico imperio soviético, la maltrecha Alianza Atlántica. Si lo único para lo que sirve es para pararle los pies a los americanos y deslegitimar su activismo allí donde nosotros sólo aportamos pasividad, entonces adelante con los faroles.
Afortunadamente, en la mala racha que llevamos, parece que no va a ser así. Joschka Fischer se ha enfrentado a Schröder en el tema y el parlamento europeo a los deseos de Chirac. Qué bueno si Europa empieza a volverse seria y asumir las responsabilidades mundiales con las que sueña.

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