El Presidente Hugo Chávez ha anunciado oficialmente que su revolución bolivariana es socialista y que su propósito es implantar "el socialismo del siglo XXI", mas no ha entrado en detalles acerca de su fórmula y en qué se diferencia, si es que de hecho se distingue en algo, de experiencias anteriores.
Sobre el tema del socialismo existe enorme confusión y despejar el panorama demanda establecer una distinción entre el plano teórico y el político. En términos filosóficos, y de acuerdo con Marx, el socialismo es la etapa que precede y se dirige hacia la construcción del comunismo. Este último es una sociedad perfecta de abundancia y plenitud para todos.
En el terreno político-práctico, sin embargo, y desde el momento en que se estableció la Unión Soviética, comenzó a perfilarse una clara separación de aguas entre, de un lado, el socialismo entendido como proyecto orientado a equilibrar las sociedades capitalistas, preservando su esencia y en un marco liberal-democrático (con separación de poderes y protección a los derechos de las minorías), y de otro lado las sociedades comunistas, como la propia Unión Soviética, China, Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Camboya y los países comunistas de Europa del Este.
La distinción es crucial si queremos caracterizar y calificar adecuadamente el proyecto "bolivariano". No se trata, como pretende hacerlo creer el Jefe de Estado venezolano, de un proyecto socialista como el de los socialistas en Suecia, España, Francia o Italia. Todas estas son sociedades capitalistas, que intentan sostener un Estado benefactor crecientemente imposible de financiar. Son sociedades pluralistas, en las que impera una concepción liberal de la política –derechos a las minorías, elecciones justas, separación de poderes, y libertad de información–, donde elecciones transparentes y periódicas garantizan que es posible cambiar a los gobiernos sin el uso de la violencia.
La revolución chavista es diferente y el socialismo del que habla Chávez tiene otra naturaleza. Se trata en realidad de un proyecto comunista, como el cubano, el chino y el soviético en su momento, a lo que se suman rasgos de primitivismo semejantes a la situación camboyana hasta hace algunos años.
El ingrediente fundamental del proyecto comunista de Chávez es su aspiración de irreversibilidad. No existe ni habrá jamás manera de ponerle fin al actual régimen venezolano más que por un hecho hipotético de fuerza, pero nunca mediante elecciones libres y justas. El dominio oficial de todos los poderes, los planes de adoctrinamiento y control de la educación para formar dogmáticamente a las nuevas generaciones, la adquisición de armas para edificar una milicia ideologizada, y la sistemática persecución y marginación de los que se oponen al objetivo revolucionario, son pruebas inequívocas de su inspiración comunista.
De allí que los tontos útiles del régimen, editores, articulistas y otros voceros de la oposición "blanda", esos que solicitan que el caudillo aclare su socialismo, esos que piden que la oposición, una vez más, admita y participe en las elecciones que el régimen organiza para relegitimarse, esos que pudorosamente evitan hablar de comunismo, no están en verdad haciendo otra cosa que afianzando las bases de un proyecto con inequívoca vocación totalitaria, que asfixiará la libertad en Venezuela.
Se equivocan los que presumen que debemos seguir las pautas y caer en las trampas del régimen para lograr respetabilidad internacional como oposición democrática. Recordemos que durante más de cuatro décadas la izquierda norteamericana (especializada en el odio a su propio país), la hipócrita izquierda europea (que apoya dictaduras en Latinoamérica que no aceptaría en sus propios países) y la mediocre y cínica izquierda latinoamericana (que tanto disfrutó de la generosidad democrática de Venezuela y ahora la traiciona sin el más mínimo recato), apoyaron y continúan respaldando la tiranía cubana, y procuran sostener la dictadura castrista en lo que pueden.
La democracia en Venezuela no puede esperar nada de esa parte de la comunidad internacional, la que tolera a Castro, se entusiasma con los "defensores de los pobres" en América Latina y está detrás de cualquier cosa que pueda pintarse como contraria al capitalismo y la democracia representativa, aunque en el fondo disfrute de ambas.