La hija de Henry Fonda es una de las intelectualas progresistas que no ha huido de los EEUU tras el triunfo electoral de George W. Bush, como habían amenazado las masas encefálico-progresistas durante la campaña. Como siempre, los progres prefieren sufrir los rigores del sistema capitalista a disfrutar las ventajas de las democracias populares con sus hermanos de clase.
Jane Fonda hizo su entrada triunfal en el olimpo del progresismo con su visita a Vietnam del Norte, entonces en guerra con su país. El 8 de julio de 1972, Hanoi Jane, como sería conocida a partir de entonces, se presentó en la capital de Vietnam para denunciar la dimensión genocida e imperialista del gobierno norteamericano. Nada más bajar del avión, cortesía obliga, la hoy esposa del multimillonario Ted Turner trasladó a sus anfitriones comunistas los “saludos de sus camaradas revolucionarios de América”, explicando de paso que su visita tenía como objeto proveer “de experiencia y conocimientos al sistema de propaganda norvietnamita”.
En la autobiografía que acaba de publicar, Hanoi Jane se reafirma en su heroico comportamiento antiamericano y dice no arrepentirse de nada, salvo de haber posado para las cámaras subida a una batería antiaérea de las tropas comunistas (sus compatriotas muertos por esa y otras piezas de artillería, al parecer no le suscitan ninguna contrición). Sin embargo, el periplo norvietnamita de la Fonda fue mucho más productivo en términos de vileza de lo que ahora pretende hacer creer.
Mientras fue huésped del gobierno norvietnamita, Hanoi Jane habló en diversas ocasiones desde la radio oficial. En uno de sus discursos comentó sus diversas entrevistas con prisioneros de guerra norteamericanos —la traidorzuela se refería a ellos como “pilotos agresores”— a quienes encontró en “un envidiable estado de salud y perfectamente atendidos en todas sus necesidades”. En un discurso emitido el 19 de julio de 1972, Jane explicó que en sus entrevistas con los prisioneros había “mantenido largas y abiertas conversaciones en las que hemos intercambiado ideas con total libertad. Ellos me han pedido que traslade al pueblo americano su disgusto por esta guerra y su vergüenza por lo que se les ha exigido hacer”.
El relato de uno de estos afortunados prisioneros es, no obstante, muy distinto: “Fui informado de que debía prepararme para partir. Fuimos subidos a un autobús con los ojos vendados. Otros fueron metidos en el autobús en distintas paradas. Finalmente nos bajaron del vehículo, nos pusieron en fila y nos quitaron las vendas de los ojos. Nos llevaron a una habitación y nos ordenaron que nos sentáramos. Lo siguiente que ocurrió fue que apareció Hanoi Jane y comenzó a hablar. Ella seguía un guión. En un momento dado se atascó en lo que estaba diciendo, volvió atrás y usó exactamente las mismas palabras de nuevo. Yo nunca tuve la oportunidad (ni quería tampoco) de decir nada. Se trataba sólo de escuchar y hacer el papel; cualquier otra cosa nos habría traído problemas”.