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Juan Carlos Girauta

¿Para quién habla Maragall?

Maragall no es del PSOE, sus lazos con el socialismo español alcanzan hasta donde llega su conveniencia. Empiezan a estar hartos de él: Ibarra niega su condición de socialista y tilda su discurso de “violento”

Lo mejor de Maragall es cuando se calla, lo que sucede pocas veces. Lo peor es el tonillo que se gasta, un deje entre cansado y burlón de garganta perezosa que alarga levemente la última sílaba de cada frase con el resultado habitual de humillar al interlocutor. No sé hasta qué punto perciben en su voz y en su prosodia los no barceloneses la riqueza de matices: la distancia calculada, la autocomplacencia, la mofa, el paternalismo. Escuchar, y aun oír, a Maragall le deja a uno con la sensación de haber sido víctima de un abuso. Su supuesto conmilitón Rodríguez Ibarra, reacio a admitir que un presidente autonómico extremeño es menos que un presidente autonómico catalán, denuncia de algún modo ese abuso cuando se refiere al discurso “violento” del nieto del poeta.
 
La violencia está en el retintín, y aunque es fácil refutar la acusación, no es posible negar la sensación. El president nunca habla para su interlocutor sino para un tercero ausente, apela a una inteligencia de la realidad fuera del alcance de los no iniciados. Busca, a veces en sentido estricto, la complicidad de alguien indeterminado que, no estando delante, acaso esté detrás. Un ser vaporoso y plural que lo apuntala, quizá el cuerpo místico de la nación catalana, que trasciende a todos los catalanes de carne y hueso con la excepción de su hermano, que habla igual que él y que no gobierna menos.
 
En el tono ronco, precipitado y perdonavidas, en las sílabas que se come y en las irritantes inflexiones late la urgencia de un destino autoasignado que pasa por encima de todo. Por eso se permite la sinceridad –nada ata al elegido– y afirma a menudo cosas que parecen perjudicarle, como en el asunto del Carmelo. Está exento de cualquier obligación, es un paraíso fiscal unipersonal de la responsabilidad política. Aprovecha el fruto de una fenomenal equivocación: el supuesto agradecimiento que le deben los otros catalanes.
 
Si uno no acepta ese mudo entramado de complejos inversos que lo encumbran, lo tendrá por un insensato. Es el caso de los catalanes cultos y de los que no aceptan los presupuestos nacionalistas. Es el caso del resto de presidentes autonómicos y de Artur Mas, que le ganó las elecciones. Adivinamos cuánto les costará a los socialistas morderse la lengua. Es el otro gran equívoco: Maragall no es del PSOE, sus lazos con el socialismo español alcanzan hasta donde llega su conveniencia. Empiezan a estar hartos de él: Ibarra niega su condición de socialista y tilda su discurso de “violento”; Patxi Nada le recuerda que en Euskadi decide el PSE; el concejal socialista vasco Nicolás Gutiérrez da en el clavo cuando le escribe: “tengo la sensación de que no quieres que ganemos las elecciones”. ¿Alguien lo dudaba?

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