Los Estados Unidos declararon la guerra contra el terrorismo tras los atentados del 11-S. La Unión Europea trata a su vez de relanzar su lucha antiterrorista tras los atentados del 11-M. Pero la diferencia entre la guerra declarada por los norteamericanos y la lucha impulsada por los europeos es muy sustancial.
Para empezar el objetivo estratégico a alcanzar es distinto, aunque el enemigo sea el mismo. Los europeos pretenden contener al terrorismo, los americanos quieren derrotarlo. Muchos europeos reprochan a los estadounidenses su obsesión por la seguridad. Quiénes así piensan consideran que las sociedades libres están sujetas al riesgo y que por tanto deben aceptar la posibilidad de un atentado. Estados Unidos, por el contrario, cree que no es posible política ni estratégicamente asumir la posibilidad de otro 11-S y que su objetivo prioritario debe ser impedirlo por todos los medios a su alcance. Para ello, están dispuestos a invertir muchos más recursos y a condicionar incluso el ejercicio de determinados derechos individuales si es imprescindible para mejorar su seguridad. Los europeos no parecen dispuestos a ninguna de las dos cosas.
Los medios para luchar contra el terror son también diferentes. En Washington entienden que la guerra contra el terrorismo exige una estrategia global que incluya no solo medidas preventivas dentro del territorio, la potenciación de la seguridad interior o “Home Land Security”, sino una acción exterior decidida que expanda la democracia por todo el mundo. La fuerza militar juega un papel sumamente importante en esta estrategia, entre otras cosas para poder combatir a los grupos terroristas allí donde se encuentren. Los europeos, por el contrario, entienden que la lucha contra el terror es una tarea esencialmente policial y que el uso de la fuerza militar puede resultar incluso contraproducente para acabar con el terrorismo.
Es cierto que ambos apuestan por otorgar un papel decisivo a los servicios de inteligencia, pero mientras los europeos se plantean una inteligencia defensiva con el objetivo de prevenir posibles atentados, los americanos creen en una inteligencia ofensiva que busque activamente destruir las capacidades de los terroristas en cualquier lugar del mundo.
En esta misma línea, el Pentágono justifica la necesidad de ataques preventivos o anticipatorios para hacer frente a esta amenaza. Los europeos rechazan de plano esta idea y en su estrategia común de seguridad consideran que las acciones anticipativas solo pueden ser políticas y diplomáticas, pero en ningún caso militares.
En el fondo de la cuestión está el hecho de que ambas orillas del Atlántico tenemos un diferente concepto del terrorismo. Los europeos tenemos la experiencia del terrorismo del siglo XX. Hemos luchado durante décadas contra organizaciones como ETA, el IRA o las Brigadas Rojas. Creemos saber como afrontar el problema, pero en cierto modo nos hemos resignado a convivir con él.