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Zoé Valdés

Todo un rey

Grandiosa ha sido la intervención del rey Felipe VI en Davos. Un ejemplo para el mundo.

Grandiosa ha sido la intervención del rey Felipe VI en Davos. Un ejemplo para el mundo.
EFE

Nunca mejor dicho el refrán aquel de "se comportó como todo un rey". Grandiosa ha sido la intervención del rey Felipe VI en Davos. Un discurso que engloba no solamente a toda una nación, también al continente europeo. Ejemplo para el mundo. España, junto al Rey, se crece internacionalmente, mientras que con el resto, incluido el Gobierno, se empequeñece cada vez más y pareciera que se desfragmenta. Por suerte tenemos a todo un rey.

El topetazo de cada una de sus palabras debe de estarle resonando en los oídos a Pablemos Iglesias y a la recua de secuaces, y les resonará por el resto de sus días. Mientras más asciende el Rey en popularidad, más se desmorona la figura construida con mendacidades del de la eterna coleta revolucionaria. Su puño en alto se ha derretido frente a la majestuosidad monárquica. Por fin la elegancia vuelve a triunfar por encima de la porquería populachera. Y sin alarde ni guapería, con maneras, que es como es y no como a esta gentuza les encanta, para entonces revolcarse en el lodazal y arrastrar con ellos a su supuesto y fabricado contrincante.

Frente al barrizal, el Rey ha extraído y presentado la sencillez, la verdad, la ley. Nada de un arcaico y quimérico peto poderoso, en apariencia contundente e infalible, luego irreal. De eso nada, monada, la franqueza y el verbo claro han sido las armas infalibles de un rey real, de ninguna manera hermético o impostado.

Por el contrario, la impostura describe a los otros, la mueca innoble por sonrisa los define. La afrenta perenne que no conduce más que al odio los desploma. Felipe VI y su naturalidad constituyen los antídotos perfectos para despeñar supercherías.

No hablemos ya de Carles Puigdemont, el actual besabanderas rendido, que, tal como hemos visto en un vídeo, declara ahora que no tiene el más mínimo problema con España. No, qué va, imagínense si lo llegara a tener. Frente a sus continuos ridículos internacionales se impone otra vez la figura real, cada vez con mayores aciertos y más plebiscitada que cualquier referendo. El mundo cambia, sí, lento, pero alguna luz de esperanza se va percibiendo, y esa luz proviene de los emblemas menos esperados.

"La lección que hay que aprender de esta crisis, una lección no solo para España, sino para las democracias en general, es la necesidad de preservar el respeto a la ley como uno de los pilares de la democracia y el respeto al pluralismo político y el principio básico de la soberanía nacional, que, de hecho, pertenece a todos los ciudadanos". Qué momentazo, y todo dicho con una sonrisa afable, que es lo que siempre transmitirá la decencia y la cultura pero sobre todo la educación bien trabajada, y honda: cordialidad y cercanía.

Debo añadir, aprecio enormemente que el Rey haya pronunciado su discurso en inglés –lo que no es común en el resto de los jefes de Estado–, y en un inglés perfecto. Puso a las claras, de este modo, que España se vuelve a situar en el pedestal del progreso, y no en el rastrero y polvoriento atraso tribal donde pretendían y pretenden todavía algunos ubicarla en relación al mundo.

No tengo palabras para expresar mi alegría frente al rey de España. Nos devuelve la confianza y el optimismo, no sólo a los españoles, también a los ciudadanos de este planeta cada vez más embrutecido y vuelto trizas.

Solamente una contrariedad, y como siempre en relación a Cuba, que es la que mancha y opaca la luminosidad de cualquiera y de cualquier cosa: ha sido una pena que esta semana, en la presentación de cartas credenciales del personal diplomático, el Rey haya tenido que tender la mano y aceptar como diplomático a uno de los peores esbirros del castrismo, con pedigrí de espía, y expulsado de otros territorios donde ejerció como tal. Se trata de Gustavo Ricardo Machín Gómez, nombrado nuevo embajador de Cuba en España. El Gobierno español debió de impedir que este acto vergonzoso sucediera.

Pero no voy a empañar al Rey con semejante boñiga de tiñosa. Hay mucho rey para tan poco. Todo un Rey. Aunque tampoco se puede obviar que España vuelve a portarse mal, muy mal, con sus esclavos predilectos: los cagonios, digo, los cubanos.

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