La libertad se aprende de múltiples maneras, a veces de las maneras más insólitas e inesperadas. Aprendí a ser libre en Francia. Una de esas formas sorpresivas que me enseñó a mí lo que era ser libre fue un acontecimiento que sacudió hasta el espasmo gubernamental a la sociedad francesa: el crimen del pequeño Grégory, todavía hoy no elucidado, y la carta-artículo que la escritora de izquierdas Marguerite Duras publicó entonces en Libération con un prólogo de Serge July, jefe de redacción del diario.
El artículo se titulaba "Sublime, forcément sublime Christine V.", y de aquel texto he sacado no solamente el título para este artículo, además ayudó a pertrecharme de una enseñanza que ha acompañado mi aprendizaje en el camino hacia la libertad durante toda mi vida.
En 1985 era muy joven, había leído a Marguerite Duras y junto a la otra Marguerite, la Yourcenar, pese a sus diferencias de estilo y criterios, las consideraba modelos de ejemplaridad en la escritura, sigo considerándolas así.
Duras escribió sobre la madre del pequeño Grégory de una manera como sólo un escritor o escritora pueden hacerlo, con toda la libertad que su ingenio le pedía e imponía. Pidió con anterioridad una cita con Christine Villepin, la progenitora, y como no le fue concedida, pues la concernida se la negó, decidió escribir una especie de reportaje-ficción en la que acusaba a la madre –de manera indirecta– del crimen, sin respetar la presunción de inocencia y sirviéndose a sí misma de médium de la tragedia. El artículo fue muy comentado, y sumamente criticado. La polémica estaba servida pese a la conciliadora introducción de July, el redactor en jefe. Duras, entre frases, defendía y desarrollaba la idea de que "una madre que da la vida también está en el derecho de retirarla"; en caso de que la madre hubiera sido la asesina, lo que como ya dije al día de hoy no se ha comprobado ni se ha hallado al asesino (ver documental en Netflix).
Duras escribía desde su libertad de escritora, desde su imaginación y el estado visionario perpetuo en que se presentía envuelta (era una época en la que ser escritor significaba todavía un misterio y ese misterio terminaba con la publicación definitiva del libro, hoy abundan más los publicadores de libros, y no los escritores reales inventores de una magna irrealidad).
He expuesto esta introducción para comentarles mi atracción por el tirador cubano contra la embajada castrista en Washington. Identificado como Alexander Alazo, de 42 años, residente en Texas, casado y con dos hijos, el hombre disparó más de treinta tiros con un rifle de asalto contra la embajada castrista.
Al parecer, después de haber sido detenido e interrogado, como también lo ha sido su esposa, se ha desvelado que Alazo es un perturbado que vivía y vive aterrorizado debido a la firme creencia de que los esbirros castristas lo perseguían. Ese fue el principal detonante.
Entiendo perfectamente el resorte. Mi madre, sin ir más lejos, vivía en supremo estado de persecución incluso después de residir aquí en Francia conmigo; al igual que ella he conocido a unos cuantos. Como dijo Guillermo Cabrera Infante, que repite Paquito D’Rivera, "a los paranoicos también nos persiguen".
Sabrá Dios la historia personal de Alexander Alazo con relación al régimen castrista. Pero lo que sí supongo que pocos ignoren es la cantidad de cubanos que, como Alazo, han sobrevivido en el terror aún en libertad producto de las persecuciones, los encarcelamientos, las torturas y los asesinatos de familiares de muchos de ellos. ¿Eso les da autorización para atacar una embajada representativa de una férrea tiranía? ¿Por qué no? ¿No ha sido siempre la política castro-comunista guerrillera de esa tiranía: la violencia?
El castrismo ha practicado durante años el terrorismo de Estado, no sólo en Cuba, en América Latina, en Europa (secuestros de millonarios y banqueros en Italia), en Estados Unidos, en África (recuerden los ataques químicos perpetrados por el castrismo en aldeas africanas). ¿Quiénes los autorizaron? Nadie. Aunque cómplices ha habido una enormidad. Pero eso es harina de otro costal.
El castrismo ha sido lo que el Che Guevara decía que debían ser absolutamente todos los cubanos revolucionarios, "una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar". ¿De qué se extrañan ellos mismos?
Porque al considerar y afirmar el Minrex castrista de inmediato y públicamente, sin investigación previa, y sin ningún tipo de información extra, que se trata de un acto terrorista, allí donde en otros casos ellos mismos han fingido dudar y lo han negado, y hasta han pedido la presunción de inocencia y el análisis psiquiátrico como pesquisa esencial y sustancial, quiere decir que ponen en duda un hecho que, si hubiera sido provocado por ellos, como en tantas ocasiones, la reacción sería otra, lo más tarde posible y por supuesto que habrían dado la respuesta completamente opuesta.
Nadie puede saber a estas alturas quién es Alexander Alazo. Tampoco podemos comprobar si se trata de una operación de falsa bandera, lo que de ser posible también es cierto que convendría al castrismo.
A mí particularmente, su acción, loco o no, me resulta convincente y poderosa según la enseñanza durasiana: cualquiera tiene derecho de quitar la vida a aquel que le ha jorobado y jodido la suya. Ningún mundo es perfecto, y la ley no siempre resulta lo que esperamos que sea.
Nunca he abogado por la violencia. Ni siquiera cuando en Cuba nos inoculaban masivamente en el cerebro que sólo mediante la cruel ferocidad liberaríamos a los pueblos del capitalismo y del imperialismo, y que nuestros ejemplos debían ser los terroristas guerrilleros de la Guerra de Guerrillas bajados de la Sierra Maestra, y que nos imponían compartir pupitre con los hijos de los terroristas de ETA refugiados en Cuba, quienes desde allí hacían negocios como les daba la gana con quien les daba la real gana. Aunque, me he preguntado inevitablemente y me lo sigo preguntando, ¿por qué unos pueden matar a sus anchas con el tiro en la nuca o el bombazo y son considerados héroes, justicieros y hasta se les perdona, y otros, desequilibrados o simples libertadores de su país, son por el contrario considerados lo que no son?
En cualquier caso, desde mi estado supra-imaginario de escritora, pero como cubana con los pies en la tierra, reafirmo mis simpatías por Alexander Alazo, "sublime, forzosamente sublime", en caso de que no formara parte de una operación de falsa bandera.
Aunque, lo mejor y más efectivo, sin pérdidas de vidas inocentes, sería la intervención que se nos debe, los drones en cada cabeza de cada castrista y de cada uno de sus secuaces.
Ah, ya de paso: libertad para Eduardo Arocena. ¿Qué pasa, Trump? ¿Eres de verdad malo o no tanto?