Ángela Castro, hermana mayor de los dictadores Castro, acaba de fallecer, al parecer llevaba tiempo inmóvil en una clínica, padeciendo el mal de Alzheimer, sin que se hiciera demasiado caso de ella. Con esta mujer se inicia la primera muerte de la familia de Birán que ha dominado la isla durante ya más de 52 años, esperemos que los demás se entusiasmen y sigan su ejemplo.
Mientras la hermana Castro moría, la descendencia de los Castro, los hijos de Castro I y uno de los descendientes del Ché Guevara, su hijo Camilo Guevara, festejaba en la Fototeca de Cuba de La Habana Vieja, la exposición del fotógrafo estadounidense de origen alemán Michael Dweck titulada Habana Libre. Esta exposición es el colofón de un libro editado y traducido a varios idiomas donde aparecen personalidades consideradas de la élite de la noche habanera y bananera, los hijos de los dirigentes, sus putas (hombres y mujeres, músicos y escritores), sus acólitos y secuaces. Es como si hojeáramos un libro de retratos de la descendencia de Kadhafi, ni más ni menos, aunque vivos y apoltronados.
Esa descendencia castrista, convertida con el gesto del traspaso de poder de un hermano a otro, de Castro I a Castro II en dinastía, en idéntico estilo que en la Corea del Norte, ha empezado a esconder a sus viejos y ancianos familiares para mostrarse ellos a todo color y bajo la mayor cantidad de focos posibles, y lucir sin ningún tipo de prurito el poder que ostentan en la actualidad. De este modo, se rumorea que el viejo Ramón Castro será el próximo que se llevará La Pelona, por vejez no será, y seguramente estará enfermo, aunque de ello no se habla ni se hablará. No vale la pena tocar el tema, es uno de esas piltrafas que se extinguen.
Los Castro de tercera generación (si contamos al viejo Castro, al padre de los dictadores) se han adueñado de la noche habanidosa; ahora son ellos los reyes del mambo, los que salen en la televisión en programas estelares, Antonio Castro es el sujeto que monopoliza el destino de los peloteros del país, otro de sus hermanos, el obeso que también ha retratado Dweck, presentó libro propio, como toda una diva, perdón, divo.
¿Cuál es el punto en común entre Haití y La Habana aparte la miseria y la descomposición social? El punto en común es Alex Castro. En La Habana, Alex Castro posa para un fotógrafo norteamericano, sin embargo, viaja a Haití para retratar la miseria de ese país, y presenta el libro –cosa que no pueden hacer la mayoría de los fotógrafos cubanos verdaderos- como toda una estrella, ya lo dije, en la Feria del Libro de la fortaleza de La Cabaña. El objeto retratado se convierte en fotógrafo, y por obra y gracia de ser hijo y sobrino de dictadores, ya es un artista. Todo lo máximo que le hacía falta al mundo: otro artista. De la misma manera que su prima se ha convertido en el hada madrina de las maricas castristas. Vomitivo.
No entiendo, además, por qué razón Castro III o IV decidió ir a retratar la miseria de Haití tan oportunistamente, ¿por qué no retrató la de los barrios habaneros de Palo Caga’o, Atarés, el Fanguito, o la misma Habana Vieja donde se pavoneó como objeto deseado por el lente del caradura de Dweck? No creo que no se haya enterado que esos barrios existen, y que los que lo habitan viven en la más absoluta pobreza. Lo sabe, pero no le importa. ¿No ven que él vive en la estratósfera, no ven que pertenece a la élite de los intocables?
Hará unos meses una periodista francesa me entrevistó en relación a este libro, por supuesto, le dije lo que pensaba, que ese libro estaba absolutamente autorizado y pensado para publicitar y darle bombo a los Castro. Ella, la muy zorrita, afirmaba lo contrario, más bien defendió la tesis que este libro era más contestatario que si se hiciera un catálogo sobre la disidencia y la pobreza en Cuba, porque con este libro se demostraba que en Cuba había castas. ¿Pero quién ignora que en Cuba hay castas? ¿Cómo puede una periodista francesa obviarlo? Sobre todo una persona que ha viajado a la isla y conoce cómo vive el pueblo cubano.
Pero lo curioso de esto es ¿quién encargó esté libro a Dweck? Ellos mismos, los Castro, porque esto es un libro autorizado, como hemos podido confirmar con la exposición en La Fototeca, por la altísima dirigencia del país; y ¿cómo puede un norteamericano exponer en Cuba? ¿Forma parte esto del intercambio político-cultural que lleva a cabo el gobierno de Barack Obama en complicidad con la tiranía castrista? Me late –dirían los mexicanos- que sí. Uno de los entrevistados en el libro es el músico Kelvis Ochoa, quien debió presentarse en Miami hace unos días en un espectáculo llamado Havanización, un proyecto de “havanizar” Miami. Kelvis Ochoa no se presentó esa noche, pero sí está presente en este libro, que constituye una verdadera vergüenza para cualquier intelectual y artista que se respete y ame la libertad. Kelvis Ochoa podrá cantar como los ángeles, pero en esta entrevista aúlla como los perros que lamen la bota de su amo. Otro que aparece fotografiado es el funcionario de la UNEAC devenido escritor: Leonardo Padura.
Los nuevos Castro se posicionan, como ha dicho el crítico de cine Alejandro Ríos, pero empiezan haciéndolo no de manera tan inteligente, porque comienzan restregándole por la cara a la gente que ellos son los herederos ricachones, los bien comidos y mejor bebidos, con el tabaco entre los dientes, y reafirmándose sin complejo alguno como la élite poderosa que gobernará en el futuro, o que gobierna ya, a golpe de capitalismo salvaje. ¿Y de revoluciones?, ¡ni rastro! Eso sí, mucho racismo, clasismo, y caudillismo; peor que en la época de Batista. Y mientras que los hijos de Batista han sabido vivir de manera discreta y han sabido guardar silencio, estos hijos de los Castro prefieren hacer bulla y que el mundo los vea como lo que son: unos advenedizos, unos oportunistas impresentables, con una fortuna que no la brinca un chivo. La fortuna que han hecho encima del sacrificio y del dolor de todo un pueblo y mucho más grande que la pudo amasar Batista.
Zoé Valdés es escritora. Su última novela es El todo cotidiano (Planeta, 2010)