Llevaba razón el escritor Juan Abreu cuando días atrás en El Mundo afirmaba que en España se debió y se debe votar a Vox, aunque sólo fuera como revulsivo. Lo que complementa la respuesta que habitualmente da Javier Ortega Smith cuando se le pregunta, una y otra vez, si Vox es un partido de extrema derecha: "Vox es un partido de extrema necesidad".
Sí, Vox es un partido de extrema necesidad, como lo es Les Patriotes en Francia, encabezado por Florian Philippot, quien durante años fue vicepresidente en comunicaciones del Front National liderado por Marine Le Pen.
Harto de los extremos que se tocan y de las inquietantes similitudes entre el partido de Le Pen y el del comunista Jean-Luc Mélenchon, digamos que Florian Philippot se exilió del FN para fundar su propio movimiento y partido, Les Patriotes.
Les Patriotes y el mismo Philippot se declaran herederos del gaullismo y el soberanismo nacional, su lema es "Lo mejor para Francia" y son la respuesta directa a La République En Marche –el partido fundado por Emmanuel Macron, que lo condujo a la presidencia–, aliándose, como se han aliado últimamente, al ala menos violenta de los Casacas Amarillas, lo que constituye, a mi juicio, más que una ventaja, una desventaja y un defecto, un enorme error populista. Porque a estas alturas la gente de a pie está tan harta del Gobierno y de Emmanuel Macron como de los Chalecos Amarillos. Y ese voto alternativo, que buscaba y busca el partido del antiguo parlamentario de La Moselle, y que es numeroso, corre el riesgo de perderlo con su reciente y peligrosa alianza.
Cuando hace unos años la revista Closer, de lectura people, publicó una foto de Philippot con su amigo, bajo la cual se confirmaba que este hombre de extrema derecha es homosexual, Philippot protestó diciendo que era un atentado a la vida privada, aunque no negó su orientación sexual, y agregó que no es de importancia social ni política de nadie, ni de ninguna causa, su vida sexual ni la de nadie. Aplausos, de pie, y más aplausos.
Lo que quiso decir entonces y continúa sosteniendo es que la homosexualidad no debía ser propiedad ideológica de ningún partido, ni ser aprovechada por ninguna causa libertaria y política. Revulsivo, como ven, frente a todos esos partidos de la izquierda y el centro-izquierda que usan siniestramente el género y la sexualidad como batallas oportunistas con una única intención: la de alcanzar el poder.
Florian Philippot es un hombre brillante, revulsivo donde los haya, tanto frente a la izquierda como frente a la derecha. Es, tal cual, un líder de "extrema necesidad", como lo es el partido que encabeza. Un partido que defiende a los patriotas que aman a su país sin cobardía ni complejos.
En los tiempos que corren no hay nada más meritorio y de agradecer que líderes serenos, dirigentes que no gritan, que no se enervan, que no manotean, que no se sulfuran ante nada. Líderes a los que asiste la calma y la paciencia, así como la razón y la inteligencia.
Individuos así son los verdaderos revulsivos contra la alharaca y el escándalo persistente que invariablemente acompaña a la ultraizquierda comunista (más de 100 millones de víctimas), a la izquierda, a la derechita acomplejada y a la ultraderechona que no remite ni referencia nada ya.
Lo que molesta de Vox y de Les Patriotes es que son partidos fuera de caja, fuera de liga, inclasificables y por encima de todo libres y brillantes.
Lo que enerva a la mayoría, de estos movimientos devenidos partidos, es que a sus filas se apuntan cada vez más negros, mujeres y homosexuales, que trabajan, crean empleo y pagan impuestos, como se debe, y ahí están también dirigiendo con grandes ideas y mejores proyectos; lo que niega los viejos conceptos racistas de la ultraizquierda y de la izquierda (ambos usan a los negros exclusivamente como monigotes y pancartas), y de la derechita "cobarde" (que esconde a sus gays) y de la ultraderechona (que esconde a los negros y a los gays y los veta cual apestados).
Lo bueno que tiene todo esto es lo exquisitamente malo que se está poniendo.