No voy a referirme al ramadan (sin acento), noveno mes del ayuno musulmán, sino a Tariq Ramadan (también sin acento), nieto del fundador de la Hermandad Musulmana, que pasa por filósofo del islamismo con un bien calculado discurso modernista, pero que no es más que otro gran señor del fundamentalismo religioso, como se ha podido comprobar en múltiples oportunidades. Adorado en las reconocidas universidades anglosajonas, y eminente profesor de Oxford, Ramadan recién ha sido acusado formalmente de acoso sexual y violencia sexual, entre otras denuncias.
Conocí personalmente al señor Tariq Ramadan. Compartimos una de las emisiones televisivas de Frédéric Taddeï , Ce Soir (ou Jamais), en donde se cuestionaba, en el 2009, nada más y nada menos que la existencia o no de Israel, sí, los temas de Taddeï siempre han sido muy criticados, lo que es normal, porque son tan controversiales como el periodista mismo.
Recuerdo muy bien que en plena discusión yo afirmé que de todos modos "Israel debe existir como país y como democracia", por cierto, la única en la región. Silencio embarazoso en cámara. Jamás olvidaré la mirada que me echó Ramadan, una profunda mirada de odio, asesina. Si su mirada hubiera tenido poderes criminales ahí mismo habría caído yo fulminada. Pude sentir la frialdad de su odio, el desprecio hacia las mujeres, por mí, y su excesiva aversión hacia todo lo que no fuera su excesivo interés extremista por un islam invasivo y dominante. Ese es mi recuerdo de Tariq Ramadan. Nefasto.
Una primera investigación fue abierta contra el señor Ramadan, entonces, la de Henda Ayari, que fue una furibunda salafista y se ha reconvertido a la militancia laica. Ayari lo acusa de "violación, agresión sexual, violencia y amenazas de muerte". El 26 de octubre otra demanda le fue impuesta en París, por razones muy similares.
Naturalmente, el islamólogo, al que algunos llaman "filósofo", como si el islam fuera una filosofía, que no es ni religión, así que ya me dirán si llega a la categoría de filosofía, ha negado todo, alegando que se trata de una campaña calumniosa en su contra, por el mero hecho de ser musulmán, e intelectual musulmán, y culpa a sus "enemigos" de toda la vida, que son muchos, eso sí, porque este señor ahí donde va deja huellas hondas e hirientes de polémica y de incomodidades, aunque –pese a todo– ha obligado a muchos a callarse, porque ya sabemos que la izquierda somete, avasalla y tiraniza en la mayoría de las universidades y también en la mayoría de los centros investigativos, donde el pensamiento se ha convertido en descarga politiquera, en ocasiones muy a favor del islamismo en todas y cada una de sus variantes.
Ramadan, ni corto ni perezoso, ha contestado con una denuncia en los tribunales contra su primera denunciante. Lo típico. Es lo que siempre hizo con el islam, mutarlo en efecto publicitario político a su favor, y es lo que hará, sin dudas, con estas denuncias, las cargará de un sentido político, que no tienen, y las volteará a favor de sus megalómanos intereses. De hecho, ya en muchas universidades norteamericanas se han iniciado los clamores en su defensa.
Nadie oye ni atiende entonces a las mujeres que acusan, que lloran, que estuvieron a punto de suicidarse, e incluso a las que amenazaron con supuestos suicidios en el Sena.
Nadie las escuchará, porque todo sucederá como Ramadan quiere que suceda, como si fuera una persecución, como un combate injusto en su contra; cuando en realidad se trata de la revelación de la verdad en una sociedad libre y laica y de las mentiras de un extremista al que todos adulan sólo porque es eso, un arcaico islamista enfundado en su disfraz de izquierdista, cuando no es más que un farsante, un rencoroso ególatra que desprecia profundamente a Occidente (donde vive y cobra) y en especial a las mujeres.