Estoy sentada en La Favorite bebiéndome un jugo Détox, oigo a una señora comentar lo de la tragedia de Parkland y elogiar admirativa a esos jóvenes, y a esa muchacha cubana: Emma González. Soy toda oídos.
Lo más vergonzoso e irrespetuoso con las víctimas de Parkland y sus familiares es la monopolización política de la tragedia, y todavía peor es la transformación de la tragedia en una causa de orientación sexual que a nadie debería importar a estas alturas, traída a colación y expuesta por una de sus protagonistas principales.
Cuando defiendes una causa y te conviertes en portadora de ideas (y no de ideologías, preferiblemente), lo primero que debe borrarse eres tú como vehiculadora o transmisora de esas ideas, y desaparecer contigo, y sobre todo, tu vida privada. Es la forma más evidente de respetarte y respetar tus ideas, si son verdaderamente tuyas.
Desvío la atención de la conversación a una columna en Le Figaro de Natacha Polony sobre la juventud. Estoy de acuerdo con sus puntos de vista.
No esperemos nada del futuro. Generaciones enteras se han formado en el simple derecho y nunca en el deber.
Cada vez menos debemos esperar nada, cuando observamos que en lugar de formar a esas generaciones en el espíritu crítico se las adocena bajo sentimentalismos y falta de educación, y no con ideas y auténticas emociones provenientes de los buenos modales y la cultura.
Recién me entero también de que Pedro Sánchez declaró en un programa radial, declaración recogida por el diario El Español, que sus hijas no le dejan ver el fútbol a ciertas horas. Y ese es el hombre que pretende gobernar en España, otro que se deja gobernar por los hijos y sus criterios juveniles, que nunca está de más oírlos, sobre todo en este tema del fútbol, visto en lo que se ha convertido este deporte, pero no creo que venga por ahí el verdadero sentido del impedimento, y mucho menos creo que sean los hijos los que orienten o dirijan decisiones en una casa. Los adultos estamos para ser respetados, obedecidos, y para enseñar, no para aprender de los que todavía están en edades de aprendizaje.
Por otra parte, El Mundo titula una de sus viñetas como Malala presidenta. Los que conocemos la historia de Malala no podemos menos que desearle lo mejor a esta muchacha inteligente que tanto ha hecho por las jóvenes que quieren estudiar en países como Paquistán. En ello casi le va la vida, estuvo a punto de morir por ello. Pero, francamente, ¿está preparada Malala para convertirse en presidente de un país como Paquistán? Seguramente en unos años venideros lo esté, pero no ahora. No a su edad. Pensemos, por ella y por su país.
Jugar la carta de la juventud, cada vez más tierna e inexperta, para pretender arreglar el mundo puede ser uno de los errores más graves que se estén cometiendo hoy en día. Yo, como saben, sólo creo en un mundo que fuese gobernado por los gatos, pero mientras más adultos mejor. Tiempos los de antes.