Cuba sin pan. Otra vez. ¿Desde cuándo no hay pan en Cuba? Desde 1959. El resto ha sido un ir y venir de tragicomedias por los panes, cuando no hay pan está en falta o por llegar.
Entonces allá van los guanajos del exilio a gastarse sus ahorritos y a cargar de panes y demás pacotilla las maletas para satisfacer como poco a los muertos de hambre heroicos de la isla siniestra y tirarle las migajas a esos carneros que no han cesado de aplaudir al mismo régimen que durante 60 años les ha arrebatado hasta lo mínimo que puede poseer un ser humano para su subsistencia: el pan.
Y mientras tanto, Mariela Castro almuerza langostas –junto a la cantante Pastora Soler y su recua de homolocascastristas–, además cena caviar con champán francés proveniente de sus cultivos en los predios de aquel castillo en Francia que perteneció a la familia materna.
Y, mientras tanto, sigo y reitero, los venezolanos reclaman perniles. Que las dictaduras también tienen sus rangos, oiga usted. Hay dictaduras y tiranías. Y dictaduras más duras que otras. Lo de Cuba siempre fue una dictadura sumamente cruel y férrea, y sin internet ni teléfonos móviles, ni antes, claro, ni ahora, y ahora sólo algunos privilegiados pueden beneficiarse de la tecnología. Aunque dicen que ya hay intranet, que tampoco, pero por dejar de decir que no sea. El caso es que en Venezuela, que todavía tiene periódicos, televisión, y opositores en el Parlamento que se pasean de una punta a la otra del país sin que nada les pase –no como a Oswaldo Payá y a Harold Cepero, a los que la tiranía castrista mató en uno de esos escasos trayectos que un opositor cubano de verdad puede hacer en Cuba–, y se ha beneficiado y beneficia masivamente de los féferes tecnológicos móviles, y no ha habido fusilamientos masivos, la gente reclama a voz en cuello perniles. ¡Perniles, perniles, perniles! Gritan desaforados y hambrientos. Hasta hay ya algunos que los han recibido.
Sí, así estamos, unos reclaman panes y otros perniles. ¿Libertad? No, qué va. Ya de eso la mayoría se ha olvidado. Ahora los que reclaman libertad en las calles son, al parecer, los nicaragüenses y los bolivianos. Ah, y los franceses, que, vestidos de un color espantoso, como el amarillo chillón, reclaman, no libertad, que la tienen de sobra (de lo contrario no pudieran salir, no ya a romper, ni a aplastar un mosquito en el balcón de sus casas), no, el aumento de salarios y la rebaja de impuestos, que también lo merecen.
En fin, como escribí hace unos días, medio en broma, medio en serio… diferencias actuales entre socialismo y comunismo:
– En Francia, durante las protestas de los Chalecos Amarillos, el pueblo (que la escoria también lo es, si lo sabremos nosotros los cubanos) desvalija tiendas Apple y se lleva todos los aparatos en menos de diez minutos.
– En Venezuela, el pueblo, que seguramente tendrá también algo de escoria, asalta un camión de pollos vivos, y no los devoran ahí in situ, en menos de cinco minutos, porque todavía les quedará con qué sazonarlos en la casa.
– En Cuba, bueno, digo, en Cagonia, no se ven camiones de pollos vivos ni muertos desde hace décadas en las calles y mucho menos tiendas Apple, que nunca las hubo. Y si los hubiera tampoco los cagonios se lanzarían a las calles a robar pollos ni tiendas de ninguna clase porque la máxima aspiración de cualquiera de ellos es que le salgan alas como los pollos para salir volando de Aquella Basureta y poder por fin probar y saborear una apple de verdad mientras perrean en los carnavales de la 8 en la Charconia de Neón.
Y ahora sin pan, de nuevo. Pero la culpa será, afirmará si no lo hizo ya, el fantoche de presidente, del embargo norteamericano, y del malísimo de Moñeta (Trump).
Les deseo Felices Navidades, con un hermoso pesebre desde donde el niño Jesús les envíe sus bendiciones. Y al que no le guste que se fastidie: Mulsogar. A tomar por sainete póstumo la musulmanería y demás comparsa.
Lo que trajo el barco.