Pongamos atención a este acontecimiento, que es uno de los más importantes de los últimos tiempos en Europa –según algunos expertos–: Ángela Merkel ha llorado, nos cuentan, o sea, Merkel sabe llorar, es decir, Merkel llora.
Olvídense de Cataluña y del separatismo, de Venezuela y Maduro, del submarino argentino perdido hasta ahora y con pocas probabilidades de que lo encuentren con gente viva dentro, y no menciono a la tiranía castrista porque a esa extraña cosa no tengo que pedirles que la olviden, ya ustedes lo han hecho de sobra, y al parecer tendrían razón en hacerlo. No, qué va, el gran suceso es que Merkel llora, cual una muñeca de cuerda, es verdad, pero llora, y llora a lágrima viva, como lloramos los seres humanos.
Sí, Merkel, la canciller alemana, la dueña de Europa, o casi, sabe llorar, ¡fíjense qué clase de notición! Llora sobre todo cuando nota que su enorme poder se encuentra en peligro. Y nos cuentan además que echa lágrimas a borbotones, y que hasta berrea, la muy caprichosa, como toda una pionerita a la que han sancionado por llevar su pañoleta roja de medio lado, sí, un poco torcida.
El tema es que ya la gente se va cansando de Merkel, los votos no dan, pero ella quiere continuar agarrada al cetro, empecinada, tratando de imitar a Putin y, por qué no, ¿también a Castro II? Castro II, que, por cierto, prometió por fin irse en el 2018, pero por el camino que lo vemos no ir, siento decirles que este tiparraco, de irse, ni lo sueñen. Pero Castro sí que no llorará, fusilará, arrancará cabezas, tal como tiene acostumbrado al pueblo, que también llora, pero por largarse de la Ínsula de Cagonia (antigua Cuba) hacia Mayamia (nuevo nombre que me ha enviado un amigo hoy de la ciudad de Miami, rebautizada por los kubanoides, o sea el hombre nuevo cubano), pero no se largará de ninguna manera.
En fin, que me he ido un poco del tema. Lo principal es que Merkel llora porque no podrá seguir destrozando Europa, y ella quiere meter más y más refugiados ahí donde no caben, y más y más inmigrantes, y más y más de lo que sea, sin verificaciones y sin nada, y con ellos, pues a estas alturas quién lo duda, más desempleo, más atentados islamistas probablemente, más robos, más violaciones, más desprecio y vejaciones a las mujeres, y Europa cada vez más baratucha y desplomada.
Es que Merkel no se puede contener, por los poros y las temibles chaquetitas que viste le sale su juventud tirando a lo rojiza, aquellas marchas, aquellos himnos, aquellos lemas y parámetros, la cuadratura, la entrega total a la causa. La causa del desprecio por el progreso, la causa del ninguneo a todo lo que tenga que ver con la capacidad humana para ser cada vez mejor, más libre, menos dependiente y menos temerosa.
El caso es que comentan por los corredores y salones que Merkel ha llorado hasta ponérsele roja la nariz, más roja que lo que ya la tenía, porque esta vez se le hace difícil seguir con su gobierno, porque ya nadie la quiere, ya no pueden soportarla más.
Pues miren ustedes, no he abrigado el más mínimo sentimiento de piedad por Merkel y sus lagrimitas, ni tampoco me he dicho en tono de lamento: ah, pues mira tú, al fin demuestra que tiene alma, y que se trata de un ser humano como cualquier otro. Como tú, como yo. No, no, verdaderamente me han importado un rábano las lágrimas de Merkel. Y por mí que siga llorando, todo lo que ella desee; si lo que debería hacer es largarse ya de una vez del poder.