Hace unos días, conversando con mi admirada Miriam Gómez, viuda de Guillermo Cabrera Infante, ella sacó a colación la extraordinaria novela del insigne escritor cubano de origen gallego Lino Novás Calvo titulada Pedro Blanco el Negrero, reeditada por Tusquets bajo el título de El Negrero, y además comentó lo actual que era esa obra con todo esto tan espantoso del Open Arms. Yo había pensado lo mismo, pero a Miriam Gómez no hay quien le ponga un pie delante, ella siempre se adelanta en todo.
La novela fue muy leída en Cuba en su momento, los cincuenta y hasta los sesenta. Pues Lino Novás Calvo vivió en Cuba y era considerado un cubano más, como la mayoría de los gallegos y demás españoles que llegaron a la isla buscando tiempos mejores y los bienlograron ampliamente, sin que nadie les reprochara venir de donde vinieran, como ha sido el caso recientemente de un sujeto que ha señalado la condición de inmigrante de una y de exiliada de la otra (aunque nació en España, pero es hija de exiliados), me refiero a un ataque contra Cayetana Álvarez de Toledo y contra Rocío Monasterio en Twitter, y como me han reprochado a mí también cuando escribo mis impresiones sobre España y Francia, mis dos países de naturalización y ciudadanía. Además, Cuba había sido también España, lo que olvidamos con frecuencia.
La novela, reitero, fue muy leída y recomendada. Pese a que siempre se menciona la recomendación y el comentario de Alejo Carpentier, el escritor cubano nacido en Suiza, a quien más oí aconsejar su lectura fue a mi amigo y maestro Guillermo Cabrera Infante, no sólo mediante conversaciones y artículos, si mal no recuerdo el prólogo de una de sus numerosas ediciones corresponde a su pluma.
Lino Novás Calvo vivió y escribió muy feliz en Cuba hasta que llegaron los comunistas, con Fidel Castro a la cabeza, después debió exiliarse, al igual que una gran cantidad de cubanos, y terminó sus días en Nueva York. Maneras de contar fue, al parecer, el libro detonador, el que no gustó a Fidel Castro, porque narraba, con esa naturalidad tan cubana y gallega, las maneras de desenvolverse, de se débrouiller de los cubanos de a pie. Otro de mis maestros narrativos es Lino Novás Calvo, a él le debo el ritmo y la observación, además de un sentido festivo de la memoria. El realismo sucio histórico lo inventó él, yo sólo lo traté de imitar a mi modo y con mi lenguaje.
A través de Twitter he recomendado al activista (llamémoslo así por amabilidad) Óscar Camps, el negrero hollywoodiense de moda (es lo más adecuado), su lectura. También lo he hecho con el presidente español, Pedro Sánchez Castejón. Ojalá la lean ambos, al derecho y al revés. España lo necesita. Europa más que nunca.
Si Pedro Blanco Fernández de Trava, auténtico protagonistas de "aventuras verídicas" (cito a Carpentier el suizo), se lo pensó bastante antes de establecerse en África e iniciar su negocio de trata humana y esclava ya hace muchísimo tiempo, imaginen lo que debieran pensárselo los que ahora con poder y mediante el glamour de la Meca del cine y de la otra Meca, la real, exenta esta sí de todo tipo de encanto, debieran hacerlo y recapacitarlo paso a paso.
Les diré por qué: porque no se trata de inmigrantes, sino de invasores. Porque mienten ellos y los que los traen, no son menores de edad ni están enfermos ni desnutridos; y lo que es peor, se está permitiendo la entrada de verdaderas raleas de batallones de fanáticos y criminales con un plan muy preciso: el de la destrucción de Occidente y su cultura, libre y plena.
Todo esto no es más que un teatro nefasto, muy bien pagado por las mafias que nada tienen que ver con ONG, y propulsado este esperpéntico espectáculo por el poder político de la izquierda, que no sólo ha perdido el norte desde hace mucho tiempo, le ha dado también, como a los cubanos hace más de sesenta años, por el suicidio colectivo, sin el consentimiento de los que no estamos ni nunca estaremos de acuerdo con este nuevo tipo de fracaso y desmoronamiento masivo de nuestros valores.