He oído por ahí decir que "México ya tiene su Chávez", los que lo dicen seguramente serán venezolanos de corta memoria. Pienso que más bien sería correcto afirmar, en honor a la triste verdad, que México ya consiguió lo que tanto añoró por 60 años, tener a su flamante Castro, algo deteriorado ya, pero ahí lo consiguieron. Que lo gocen. Ahí "vibra su Fidel en la montaña", en la figura de Andrés Manuel López Obrador, más conocido por AMLO, las siglas de su nombre completo, quien recién ha tomado posesión como mandatario de México, para con toda firmeza implantar el desastre que más de once millones de cubanos conocemos porque lo hemos padecido en carne propia.
¿Por qué digo que México tiene su Castro y no su Chávez, aunque también, ya que el segundo es la réplica del primero? Pues porque recuerden, dicho sea las veces que hagan falta, que Hugo Chávez era una mera copia de su maestro y entrenador Fidel Castro, como también lo es Nicolás Maduro. No me canso de repetir que el origen del mal del comunismo en América Latina nació de lo que es hoy todavía Cuba, un "pequeño gran hegemonista", como llaman los chinos a aquella isleta, con sus horrores ocultos y silenciados mediante el tropicalismo a ritmo de maracas y tambores, que tanto agrada al resto del indolente mundo.
Numerosos son los que hoy se asombran de la desproporción de esa toma de posesión de AMLO en México, relacionado oportunistamente con todos esos atributos religiosos indígenas, tal como hiciera Fidel Castro en su momento con aquellas palomas blancas adiestradas –y que enviaron y dirigieron para que fueran a anidar en su hombro–; al que copió Hugo Chávez décadas más tarde, con sus pintorescos rituales y cotorras o pericos cagándole la pechera militar, que luego cambiaría por la sudadera roja. No sé de qué se asombran, todos esos procesos surgidos de la estupidez y urgidos desde la ridiculez más retrógrada, y que tanta sangre han costado (120 millones de crímenes), no sólo en Cuba, tienen sus ritos iniciáticos de carácter espectacular, con la intención de sumar adeptos, cuanto más mentecatos y zopencos mejor, y de tal modo convencerles de que sólo el sacrificio humano inaugurará la gracia de sus líderes y mandamases, con las consabidas desgracias posteriores de esos pueblos.
México nos envidió el castrismo por mucho tiempo. Ahí lo tienen ya, para ellos solitos. El comunismo que ampara al necio Silvio Rodríguez, y al no menos ceporro ministro castrista Abel Prieto; allí no faltaron esos dos, en el acto de agarre de poderes de AMLO, en presencia y en palabras, indecentes como mínimo, para apoyar el error y el horror que se cierne sobre México.
Para nadie es un secreto que AMLO es un bicho maligno, una alimaña comunista, corrupto y pérfido y de muy mala entraña, que no vacilará en aplicar al pueblo mexicano lo que han aplicado y siguen aplicando al cubano, al venezolano y al nicaragüense, durante décadas de siniestro y malvado martirio. Hambre, miseria, desolación, encarcelamientos, exilio, desapariciones, fusilamientos masivos.
Avisados estaban los mexicanos de que a AMLO no le temblará la mano, como no les ha temblado a sus antecesores. No para querer parecerse a Hugo Chávez, sino para imitar el modelo mayor, a Fidel y Raúl Castro, los dos mayores símbolos del comunismo en el Caribe, en América Latina y en el mundo, cuya aciaga trascendencia ha sido nefasta para la humanidad entera. Y por encima de todo para ser él mismo, un ambicioso dictador en toda regla. Pronto lo veremos. Pero. México votó por eso.