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Zoé Valdés

Manitas en forma de corazón

No ha habido época más hipócrita que ésta. De hecho, creo que sobrepasaron con creces aquellos engañosos años de mi juventud.

No hay nada que me repatee más que esos logos en forma de corazón que al final cierran o sellan con una presilla o con una pluma de punta. La mayoría son símbolos de partidos u organizaciones de la ultraizquierda más sesohueca. Pero si esos logos me caen como una bomba de neutrones, peor me caen los adultos que ahora se saludan chocándose los codos o saludan al público desde lejos haciendo manitas en forma de corazón. Lo de las manitas en forma de corazón me resulta verdaderamente vomitivo.

No hay expresión más reiterativa, fórmula más ridícula y estereotipada que esa del corazoncito palpitante desde unas manos engarrotadas, y una sonrisa de flechazo hiperactuado. Para colmo, no cesan de subrayar y requetesubrayar que todo no ha sido más que un flechazo, una especie de macroseducción instantánea, con el mismo espesor encartonado del puré aquel que debíamos tragar en La Habana de los años 70 y 80 como único alimento sucedáneo del arroz. A carbohidrato puro debíamos ser obligatoriamente felices, expresar una felicidad desbordante que no sentíamos y que ni siquiera podíamos entender porque no la conocíamos.

Pues toda aquella felicidad fingida la estoy reviviendo yo otra vez, aquí, en esta Europa loca; quién me lo iba a decir: que treinta años más tarde el escenario volvería a atraparme con sus garritas actuadamente ingenuas. El idéntico escenario de la supuesta felicidad en plena plandemia chino-comunista, los aplausos a las ocho en punto, o a las nueve, las cancioncitas desde los balcones y los corazoncitos vibrantes desde las manitas cruzadas en el pecho. Repulsivo.

No ha habido época más hipócrita que ésta. De hecho, creo que sobrepasaron con creces aquellos engañosos años de mi juventud. Mucho corazoncito, sí, cuando más se desprecian, cuando más se odian, y cuando más se señalan con el dedo acusador.

Eso de señalar con el dedo resulta curioso, porque de ahí a la delación no hay más que un paso. De modo que la misma persona que enviaba desde una baranda vibraciones en forma de latidos desde sus manitas enlazadas, al día siguiente si echaba en falta a alguien en un balcón del vecindario se encontraba ya presta a denunciar la apática ausencia.

Tiempos cabrones estos, no sé cuántos muertos en el mundo, víctimas de la insensatez sino-comunista, y para colmo están pensando en salvar el planeta. O sea, salvemos el planeta, pero dándonos igual los humanos, como si los humanos no formáramos parte del planeta. Es cuando oigo estas burradas cuando más me dan ganas de salvar a los gatos y a los perros, a los delfines y a los caballos, antes que a cualquier imbécil con las manitas colocadas en forma de corazón en nombre del planeta Tierra, que, dicho sea de paso, no se enterará nunca de que otra vez lo están queriendo salvar de lo que es un último recurso natural de supervivencia.

Francamente, yo si fuera el planeta Tierra le daría una gran patada en el trasero a la humanidad y que se fueran todos a vivir al recontracoñísimo del Espacio. Por supuesto, los primeros expulsados serían esos que crean logos en forma de corazoncitos y se saludan desde lejos con unos dedos peripatéticos (por ridículos y extravagantes, no precisamente por Aristóteles), más patéticos que cualquier hediondez posible.

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