"Los huesos no se tocan", "con los huesos no se juega", se la pasó reafirmando mi abuela materna hasta el día nefasto en que murió. Traía siempre estos pensamientos en alta voz, para dejarnos claro que, una vez la enterraran en el cementerio de Santa Clara, provincia cubana donde primero se instaló con su familia al llegar de Dublín a la edad de dos años, a nadie se le ocurriera la peregrina idea de desenterrarla con la intención de enviar sus restos de vuelta a Irlanda, por más que la reclamaran los descendientes de sus padres, primos y demás...
Mi madre y mis tíos cumplieron al pie de la letra su deseo, acompañaron el féretro a Santa Clara, y ni siquiera nos permitieron a mí y a mis primos que asistiéramos al entierro. Al funeral sí, y debo decir que es un recuerdo imborrable, que incluso agradezco. El velatorio de mi abuela, que narro en mi primera novela, Sangre azul, forjó en mí a la niña solitaria que fui.
Marcar experiencias necesarias en la infancia, conocer que los abuelos mueren, enfrentarse a la muerte, refuerza el espíritu y el carácter. De lo contrario, de la blandenguería no les salvará nadie, y de la fragilidad menos, esa de creerse que todo es felizmente imperecedero, eterno y merecido de a porfía.
Pero a lo que iba: mi abuela, meiga y medio druida, lo segundo herencia de su abuelo paterno, espiritista seguidora de Allan Kardec y católica además de santera, advertía inevitablemente que desenterrar muertos, faltar el respeto a sus osamentas, conllevaba adversidades, desgracias, y entonces las muertes se multiplicarían. Lo de mi abuela era, sin duda alguna, palabra de santo, en este caso de santa.
De tal modo sucedió en la Venezuela de Hugo Chávez, que haciendo caso a su Coma Andante Castro I, y para llevar a cabo todo tipo de brujerías, fue y extrajo los huesos de Simón Bolívar, dicen que para enriquecer su prenda castro-chavista.
Lo cierto es que, como anunciaba mi abuela, el jueguito de Hugo Chávez con huesos y su cumbancha de a tres por quilo se viró en su contra y partió él primero al Valle de Proserpina lezamiano antes que Castro I, que era el que estaba en punta para la partida. Espero que del Valle de Proserpina los espectros de los grandes poetas que allí habitan lo hayan zumbado directo a donde seguramente estará: el infierno.
Hemos podido ver la repetición de la tragedia en España. Ha sido extraer a Francisco Franco de su mausoleo y el mal se ha cernido sobre España, bajo el dominio ahora de una dictadura social-comunista de corte castro-irano-madurista.
"Con los huesos no se juega", vuelvo y repito el mantra de mi abuela.
De lo otro que también siempre hablaba mi abuela, que era más filósofa que todos los filósofos juntos, era de que "los niños un día serán ancianos (si llegan allá), y hay que enseñarlos a que primero que ellos van en derechos los ancianos". En todo. Porque estaremos de acuerdo en que hay que respetar la vida, pero con experiencia y sabiduría, puesto que "una vida sin bagaje y conocimiento no es más que materia sin espíritu".