No creo en teorías conspirativas. Tampoco permito que la certeza de una realidad que nos afecta a todos y que limita y coarta nuestras libertades sea tomada como conspiración paranoica. Lo que hay es lo que hay, es lo que es, lo que estamos viviendo.
Nos enfrentamos desde hace meses a una sucesión de hechos reales, palpables, provocados por el totalitarismo y sus personajeros en contra del mundo libre y en contra del presidente norteamericano.
Los acontecimientos han ido avanzando sin resuello en este orden:
– Plaga del PCCh (Partido Comunista Chino), que nos redujo durante tres meses a prisioneros amordazados y maniatados por el miedo y la desinformación. Lo que condujo a una paralización total y mundial de la economía. Más un coste considerable de vidas perdidas, todavía incalculable.
– Implantación del social-comunismo en España, lo que se confirma con un vergonzoso "¡Viva el 8-M!", o sea con un "¡Viva la muerte!", que se ha instaurado perennemente en el leitmotiv camuflado como falso y persistente heroicismo anti-machista y feminista en el pensamiento y verbo de un presidente advenido mediante moción de censura del anterior con el propósito de establecer su persona en el poder de manera inamovible y perdurable, persiguiendo los modelos totalitarios-bananeros de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Reincidir en el ‘¡Viva el 8-M!’ significa burlarse de más de 43.000 muertes. Merece la dimisión y la cárcel.
– Violencia insoportable en USA, nivel guerra civil, con la intención clara de desestabilizar la nunca más fuerte –en autorreafirmación– nación norteamericana y el interés de expulsar a un presidente potencialmente inspirador de esa nación. La excusa es el racismo. No sabía yo que se luchaba contra el racismo asaltando comercios y tiendas, y tampoco tenía idea de que robar objetos lujosos y zapatos marca Nike liberara de la discriminación, pero así van las cosas. Tampoco vi la rentabilización de una víctima por su familia a niveles tan escandalosos. Nunca 20 dólares falsos produjeron tantos millones en tan pocas horas, más de 12 millones y medio hasta el momento. La muerte, su enardecida brevedad, crea nuevos ricos, consolida a ideológicos millonarios.
Las manifestaciones, de manera no tan extraña para algunos, se han extendido a velocidad insólita a otras partes del mundo. Igual nivel de violencia y desasosiego sin sentido, igual consigna antisistema.
Se ha ido de la estructuración muy pensada e imposición de la inmovilización de la sociedad y encierro de los ciudadanos, tomando la plaga como pretexto, a la exaltación populachera, el terrorismo callejero, en un olvido asombroso de la plaga y su peligroso contagio. De una supuesta guerra en la que nos manipularon y se burlaron de todos nosotros (recuerden a Emmanuel Macron repitiendo hasta seis veces la frase "Estamos en guerra") a una guerra real, la de los Antifa que, pago mediante, han tomado como pretexto el asesinato de un ciudadano negro por un policía con el objetivo de movilizar al mundo en contra de las libertades y de la democracia. George Soros ordena, manda y paga.
La mentira como escudo. Porque sabido es que mueren más ciudadanos blancos y mestizos en el mundo que negros en las calles norteamericanas. A no ser en Chicago a manos de los mismos negros.
En Estados Unidos no existe el racismo, está más que comprobado. Mucho más racismo y más asesinatos de negros y violaciones y crímenes de niñas negras se producen en la propia África. Pero la perversidad y la ignominia no poseen contornos.
Se han visto cubanos en esas manifestaciones, lo reitero: cubano que en Miami, en Nueva York o en cualquier ciudad aliente o participe en las protestas contra el presidente y la policía sin haber hecho nada en Cuba debiera ser desprovisto de la ciudadanía o de la residencia y ser deportado de inmediato a Cuba.
Si no atajan esto a tiempo se acabará la existencia tal como la hemos conocido hasta ahora. Olvídense de la libertad y del mero hecho de vivir como hasta ahora. La nueva subnormalidad se impone.