No sé cómo lo hacen, no entiendo cómo llegan a escoger a sus ministros, según qué criterios o manías y malas mañas. Ahora resulta, vaya usted y sepa con la que nos hemos desayunado y hasta ahora cenamos, que el flamante ministro de Cultura y Deportes –que él mismo se confunde con el ministro de Educación en una entrevista– cometió fraude fiscal por la módica suma de más de doscientos mil euros, por allá por los años en los que intentó convertirse en empresario. Ha sido el ministro más breve de la historia de la democracia, porque, oh, cosa rara, ha dimitido.
Màxim Huerta, flamante ministro de Sánchez, como ya manifesté, le robó al contribuyente, y al país, aunque pagó lo que hubo de pagar, después; y sin embargo, sin previa y mínima investigación fue nombrado ministro de Cultura y Deportes, y tal. Claro que, para qué investigar nada, si se supone que sólo los de derechas son corruptos y malísimas personas.
Recuerdo, no hace mucho, por cierto, que cuando se descubrió el fraude doctoral de la señora del PP, presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, cometido también por la Universidad Rey Juan Carlos, lo que le cayó encima a esta señora fue peor que si Donald Trump le suplicara ahora al gordito norcoreano que volviera a restablecer su arsenal nuclear retirando todo de nuevo hacia el punto inicial. Por cierto, de la apreciación de la prensa internacional sobre eso escribiré en otro momento. Pues nada, aquí, en el caso del compañero Huerta resulta, al parecer, muy normal que este gran cerebro no sólo haya maniobrado fraudulentamente, además haga un discurso llorica de renuncia, nunca de arrepentimiento, y culpe nada más y nada menos a la "jauría" de su vertiginosa caída, que, según sus intenciones, pues lo ha poco menos que acorralado, crucificado y arrastrado por el barro.
Sólo aclararé algo, si debiéramos comparar, en el mejor estilo de comparaciones que tanto agrada a la izquierda, cometer fraude fiscal es mucho más grave que cometer fraude doctoral en una universidad y, añado, también resulta mucho más grave que robarse dos cremas de un supermercado. Sobre todo cuando aspiras a ser ministro y cuando, por arte de birlibirloque, llegas a serlo, sin elecciones democráticas mediante, por imposición también favorecedora, si nos ponemos bonitos a calcular lo incalculable que tanto calculan a su conveniencia los que se hacen llamar los más justos de la Humanidad, que son siempre, cómo que no, los de la izquierda.
Huerta ha dimitido, quién lo creería. Pero lo ha hecho no por nosotros, no por España y un futuro ejemplar, lo hizo –él mismo lo subrayó– por Pedro Sánchez, que es lo único que a este camarada –que ni siquiera menciona la rúbrica de Deportes– le importa. Dimite para no empañar la gran obra que según este zahorí tocará cumplir al Elegido del Partido Destinado. Y no cabe duda de que él se siente un sacrificado, una especie de caído en combate por una buena causa. Qué digo buena, fabulosa, faltaría más.