Señorita Thunberg –aunque tal vez usted prefiera que le llame "compañerita" o "camarada", yo uso el trato respetuoso de "señorita", porque, pese a su conducta, usted físicamente lo es, según los cánones de la todavía civilizada sociedad occidental–, sé que para una gran cantidad de sus seguidores el hecho de que yo me dirija a usted mediante una carta abierta será considerado una especie de ataque, agresión insoportable o lo que sea, al ser yo una adulta y usted una adolescente (casi en la segunda adolescencia). Lo siento, pero debo dirigirme a usted, y no a sus padres, aunque también. Y aunque no lo crea, mucho lo he dudado, pero me he dicho que debo hacerlo, porque si sus padres no se atreven a detenerla, o les conviene no detener sus impulsos y se sirven de ellos, como según se comenta, alguien tiene que frenarla y ponerla a pensar de manera formal.
Entre todas las barbaridades que usted suelta por su inexperta boca, provenientes de su más inexperto cerebro, todavía en formación, desde que abandonó la escuela, hace más de un año, hay una que no he podido soportar, y que no es posible que se la dejemos pasar.
Usted, niña sueca privilegiada, que lo mismo viaja en primera clase de trenes ultrarrápidos comiendo opíparamente (por cierto, usando envases plásticos) como se desplaza en yates pertenecientes al heredero de una monarquía mitad hollywoodiense cuyo país es un pretendido paraíso fiscal con grandes ventajas impositivas, ha dicho en su histérico y lloriqueante discurso en la ONU que le han –o hemos– robado su infancia, y que cómo nos atrevemos.
Bien, como usted no se informa, y al parecer tampoco le importa demasiado hacerlo, sobre el verdadero sufrimiento de la humanidad, le contaré mediante esta misiva acerca de infancias robadas. No me remitiré a nada personal, aunque pudiera, porque yo sí puedo considerar que el régimen totalitario castro-comunista de Cuba me robó mi infancia, desde que nací hace 60 años, y sin derecho a clamarlo en la ONU. Los mismos que a usted le han autorizado esa lamentable escena falsamente reivindicativa, a mí me lo habrían prohibido, y lo siguen haciendo, por muchas verdades que tuviera que decir. O tal vez por eso.
Tampoco le tocaré el tema, en el que coincido con mi apreciado amigo Víctor Fernández
… escuelas al campo, muertes en actividades productivas por no tener la edad adecuada, violaciones masivas, actos abusivos sexuales entre todos incluidos los adultos en esas escuelas y concentraciones, el hambre, el frío, el excesivo calor, la insalubridad, la mala alimentación, las condiciones de esclavitud, las carencias de todo tipo; el vaso de leche quitado a los 7 años que nunca en 60 años llegó. Las 4 onzas de carne de res por quincena, la pata de pollo por quincena. Los tres juguetes aquellos, cuando tocaba el rastrojo que tocaba por la libreta de racionamiento. El adoctrinamiento constante, que no educación. Las solicitudes de los maestros para que se chivateara (delatara) a familiares y amigos a los que se escuchara diciendo cosas contra la revolución y Fidel... en fin, para qué seguir, se me parte el alma recordando.
Y a ese comentario habría que añadir la masacre espantosa de doce niños y cuarenta y un adultos en el remolcador Trece de Marzo en medio del mar en el año 1994. Esas sí son vidas truncadas, vidas arrebatadas, vidas silenciadas.
Todavía no he oído a ningún niño o niña, seguidoras suyas, de las que como usted se vanaglorian de defender y querer salvar al planeta, exigir un enjuiciamiento contra los criminales que sí arrebataron la infancia a esos niños cuyo único deseo era llegar a tierras de libertad, a Estados Unidos, y poder contar el horror en el que nacieron y crecieron (los que pudieron, algunos fueron asesinados cuando sólo contaban meses de edad). Aunque ninguno de ellos iría a llegar como llegó usted, en un yate lujoso, sino en una modesta embarcación que fue hundida, y tampoco hubieran podido ser oídos como lo ha sido usted, en la ONU, ni les hubieran invitado a denunciar las barbaridades del régimen comunista de Cuba. Sus familiares, los que han sobrevivido, fueron atendidos en la ONU porque no les quedó más remedio, pero nada todavía se ha hecho por culpar y enjuiciar a esos asesinos que todavía ejercen el poder en mi país.
En esta carta voy a concentrarme, sin embargo, en una joven que tenía más o menos su edad, aunque más joven, doce años apenas. Lilian Ramírez Espinosa. Cubana y bayamesa. Debió prostituirse, o al menos eso es lo que dijeron, con esa edad, para dar de comer a sus hermanos menores y a sus padres, allá en el paraíso comunista de los Castro. Pues bien, fue asesinada en Cuba, por perversos extranjeros (condenados por la justicia, al fin).
Se testimonió que durante una fiesta fue casi asfixiada en extremo, mientras iba siendo abusada por todos los allí presentes, turistas y cubanos, y después enterrada viva. Los vídeos de la reconstrucción de los hechos son espantosos. La ONU ni siquiera se habrá molestado en verlos.
Eso sí que es una infancia robada (no la única, la lista es larga), esos hechos sí que debieran ser condenados por todos los países de este planeta.
En nombre de esa niña y en el de todos los niños cubanos y los niños víctimas del comunismo, y a los que verdaderamente les han robado la infancia, es que debieran salir masivamente a las calles los niños, los adolescentes, los adultos y los ancianos de todas partes de este maravilloso planeta que tanto nos ha dado hasta ahora y al que tantas vidas hemos entregado también, acalladas injustamente. ¡Atrévase, ose, Greta, a tomar esa bandera como ha tomado la de la defensa del clima!
Desde joven, siempre oí a los ancianos, que son las voces de la sabiduría, ayer, hoy y siempre, no sólo porque han vivido más, además porque han estudiado. Ayer estuve hablando mediante mails con uno de esos sabios. Yo estaba que me hervía la sangre con su intervención en la ONU, con esa desarticulada y aspaventosa presencia suya, Greta, en la ONU. El anciano me escribió algo de manera muy serena: "Dejadla que se exprese, así veremos lo que tiene o no tiene en el cerebro". Y así ha sido. Usted sólo tiene en el cerebro esquemas muy perturbados de la realidad, consignas, lemas que le habrán inculcado. Cuánta pena siento por usted. Pero más pena siento por los que teniendo su edad o más jóvenes no tuvieron el derecho a seguir en este mundo.
Sin duda lo más grave es que esos que la aplaudieron a usted, esos adultos que allí la aclamaron, tampoco guardan nada valioso en sus cerebros. Sólo ignorancia u odio. Y ese odio esos mismos no dudarán en verterlo contra usted el día en que ya la adolescente que es hoy no les sirva para enriquecer sus arcas ni para estremecer con un lamentable espectáculo a los idiotas de un sistema totalitario, al que usted está contribuyendo con su posición, anudando la soga al cuello a su generación y a las futuras generaciones.
Piense en esa niña cubana, a la que sí le truncaron la vida de manera irremediable e inadmisible. Denúncielo, si es que se lo permiten. ¡Atrévase, Greta!