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Zoé Valdés

EsVOXña

España no se merece estos buitres de feria. España es mucha España, con su cultura inmensa y su historia no menos enorme.

Vi los dos debates, aunque me comprometí conmigo misma a no hacerlo. Los vi por española más que por cubana exiliada. La exiliada que soy se aburre con todos esos gestos altisonantes y la palabrería hueca de los políticos, la española que soy debe sin embargo ser consecuente con el agradecimiento que le tengo a este país. En Cuba, donde nací, me trataron mal y siguen haciéndolo, en Francia me aceptaron como escritora, pero no como ser humano escapado de una tiranía, España me hizo persona, entregándome primero que nadie una identidad a través de una nacionalidad: la española. No lo olvidaré mientras viva.

De los debates diré lo siguiente: todo muy provinciano, muy de quítate tú para ponerme yo. Un gallerío, por no decir buitrerío. Un Pablo Casado un poco más a la altura en el segundo debate que en el primero, un Albert Rivera en su mejor estilo de cómico saltimbanqui, Pablo iglesias más castro-sovietiquero que nunca, marca comprendida en sus ropajes, y el Sánchez de turno, ¡ah, el Sánchez de turno! Un primor ese Sánchez, de esos que en nuestros países abundan y sobran, con su modorra, su infamia, su egoísmo solapado, y su sanchismo como ideología engañosa.

De los debates, yo como al parecer la gran mayoría eché en falta a Vox, que aquí en Francia, oigan, hasta la pena de Marine Le Pen participa en ellos, no diciendo más que bandurriadas mentales, pero ahí está ella, toda oronda y toda melenuda. Hubo debates, y ha habido entonces, movimiento Vox por toda España. El ritmo, el compás, la conga, la ha impuesto Vox. Tanto que España ha ido como mutando en EsVOXña. Hasta Pedro Sánchez no puede evitar mencionar cada cinco segundos a este partido de derechas en su discurso trasnochado izmierdero.

Pero, para ser sincera, al que más eché en falta, al que más extrañé, fue al rey Felipe VI.

Yo ya no creo en nada. No creo en la prensa, no creo en la política, ni creo en la democracia, no creo más que en los gatos. Hace ya tiempo, en una de esas maravillosas cartas de mi correspondencia con Álvaro Mutis, en la que volvía a reiterarme su muy razonable pasión monárquica, me explicaba con lujo de detalles por qué debíamos regresar al orden monárquico, yo leía y dudaba, en aquel entonces no lo entendí como se merecía. Hoy sí, en la actualidad lo comprendo más que nunca. Monarquía es orden. Democracia es caos.

Yo volvería a la monarquía pura y dura, a los feudos o taifas, qué tanto cuento con comunidades ni gobiernos comunales, qué tanto cuento con el rollo de los robos. Si alguien va a robar, que sean los reyes, oye, y mucho látigo y mucho cepo al que se salga del salidero. Y carrozas para aquí y carrozas para allá. ¿Por qué aceptar que un paluchero como el Iglesias llegue en taxi, cuando sabido es que pactó su publicidad con esos carromatos vulgares? ¡No, carrozas reales y punto!

En los tiempos actuales, en la España actual, para ser más preciso, no he visto a nadie más educado y preparado para dirigir la unidad de España que Felipe VI, no hay nadie más entrenado como ser pensante social que este rey al que muchos ya llaman a guillotinar, metafóricamente y no mediante sus cobardonas flechitas de comunistas criminales, valga la redundancia.

Lo diré alto y claro, no creo en ninguno, más que en el Rey, que es muy gatuno, por cierto. España no se merece estos buitres de feria. España es mucha España, con su cultura inmensa y su historia no menos enorme. De hecho, ya lo dije hoy en las redes sociales: no volveré a Cuba hasta que aquella isleta pretenciosa no vuelva a ser un virreinato o, en su defecto, se convierta en el estado 52, con idiomas español e inglés.

En eso de la enseñanza del inglés sí tengo que darle la razón a Albert Rivera, pero anda tú que el español lo hablan y lo escriben más de medio millón de personas en el mundo: 559 millones para ser más exactos.

¡Viva España y viva el Rey de España!

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