Lo estamos viendo en España, el país puede ser gobernado por El Corte Inglés. Mariano Rajoy insiste, se da golpes contra el vidrio, pero el fatuo de Sánchez sigue –me recuerda un amigo español- como la muñeca de Polnareff: "Non, non, non".
En Francia no estamos mejor. A François Hollande se le van volando los consejeros ministeriales y los jefes de gabinete de l'Elysée, según Le Parisien. Huyen, pies en polvorosa, ni uno más aguanta. Hollande es un presidente que carece de fijador, y como perfumito baratucho ya nadie está dispuesto a soportar su tufarada, lejano del buen olor de santidad que lo protegió durante los primeros meses de su mandato.
El último en escapársele de las garras ha sido el exbanquero Emmanuel Macron, nombrado por Hollande ministro de Economía, de la Industria y de los Asuntos Numéricos, cuyas propuestas de medidas y leyes han dado ampliamente de qué hablar.
Macron es un hombre joven, no llega a los cuarenta años, y se caracterizó por ser un ministro insaciable, sumamente ambicioso. Sin embargo, a los que le critican su ambición él responde sin titubeos que dejó de ser banquero, donde hubiera podido amasar millones, para embarcarse en la política, donde lo único que se gana es desprestigio.
No es un secreto que el joven Macron, casado con una mujer que le lleva veinte años y que fue su profesora, lleva metida en la cabeza la idea de convertirse en presidente de Francia. Para llevarla a cabo comenzó creando un movimiento o partido político denominado En Marche, con el que anunciaba justamente su puesta en marcha hacia las presidenciales del 2017.
Pues así es, ante el asombro de Hollande y la envidia de Manuel Valls, Macron ya ha empezado a entretejer la parte más difícil de su macramé político, la del flamante trayecto hacia el máximo poder. La madeja se la sostienen los jóvenes que creen firmemente en la economía más que en la ideología. Porque, eso sí, Macron ha declarado de manera muy astuta que no se siente de izquierdas ni tampoco de derechas, que lo suyo es arreglar el desastre económico en el que Hollande ha sumido al país.
De modo que las cosas en Francia apuntan a una situación bastante parecida a la que vive España hoy, con una lista interminable de candidatos de la derecha moderada, y hasta ahora el secretismo e indecisiones de la izquierda, frente a la popularidad cada vez más rampante de la extrema derecha, puede que no sea tan descabellado pensar que estaríamos mejor gobernados por Galeries Lafayette.
Mientras Pedro Sánchez, el Amy Winehouse de la política española (según otro amigo cubano), sigue varado en su "no, no, no", cuando a Hollande le preguntan si se presentará a las presidenciales voltea los ojos en blanco y sus labios apenas musitan un inextricable sonido: "Hum, hum, hum". Lo que trajo el barco.