Me llamó una amiga para contarme que había visto en la televisión española un reportaje, o algo parecido, sobre Cuba en el que se hablaba de la necesidad imperiosa que tienen los cubanos de legalizar tiendas de venta de dildos, o sea, de consoladores. Supongo que con la intención de satisfacerse y complacer sexualmente a sus parejas y amantes.
No me llamó tanto la atención que esta amiga añadiera que las periodistas que dieron la noticia se mostraron de lo más divertidas y hasta entusiastas con la idea de que Cuba por fin se liberara a través de los consoladores. No, porque yo ya sé que una gran mayoría de la prensa española vive una especie de delirium tremens con ese país, que va desde la ignorancia más insultante hasta la hijaputez más insostenible. Aparte de que tal vez piensen que los cubanos sólo necesitan dildos para alimentarse, vivir y por fin ser libres.
Que gran parte de la prensa y de los políticos europeos, no sólo españoles, confunda a Cuba con un burdel, y la usen como tal, no es falta exclusiva de ellos. Es culpa principalmente y sin duda alguna de que los Castro convirtieron ese país (eufemismo) en el burdel del mundo entero. Con el consentimiento y embullo militante de los cubanos, no olvidarlo.
Busqué la noticia, como es natural.
Tampoco me asombré al leerla con el hecho de que los cubanos, esos machos tan alardosos y orgullosos de sus proezas sexuales y esas mujeres tan meretrices y desfachatadas (ahora, porque eso nunca fue así antes de 1959), debieran acudir a artefactos para servirse de ellos en aras de aumentar el placer y avivar el deseo. Sabido es –según las versiones europeas y hasta latinoamericanas– que los cubanos son los que la tienen más grande y más retozona, y que las mulatas pululan por cada esquina esperando al primer viejito occidental a punto de morirse para revivirlo con su ya mundialmente célebre masturbación a la cubana.
Con lo que verdaderamente casi me caigo y me levanto como Matojo fue con la capacidad que tienen mis paisanos (qué remedio) para politizarlo todo a favor del régimen:
Los dildos que se venden en esa primera ‘boutique’ de la isla llevan nombres y lemas combativos. Sentí curiosidad por uno en especial que se llama –¿o titula?– Hasta la victoria siempre, aquella frase que repetimos hasta el vómito del Che Guevara. Y me pregunto si algún día decidirán incrustarle la cara del argentino en la punta del consolador, tal como hizo el cantante Marilyn Manson
un tiempo atrás. Es probable que existan otros dildos patrioteros. ¿Qué dirían de aquel al que nombran: "Crearemos uno, dos, tres, muchos Vietnam"? Léase orgasmos en lugar del nombre del país asiático.
¿Imaginan ustedes la cara que pondría el Carnicero de La Cabaña, tan homófobo, antierótico y desabrido, si se enterara de que no sólo los consoladores revolucionarios llevan lemas suyos, sino que además sirven para introducirlos y brindar orgasmos internacionalistas a los traseros de los gays del planeta entero, quienes con tanta euforia no sólo llevarían ahora la camiseta con su retrato, sino también un tubo plástico con su cara entre las nalgas? Yo sí lo imagino y aplaudo, porque no se puede caer más literalmente en la mierda.
El asunto es que observo con desdén a mis coterráneos sumamente entretenidos en reivindicar los derechos comerciales de los dildos. Muchos más, desde luego, que los derechos humanos.
Puedo incluso hasta preconizar que en cualquier momento se iniciarán campañas multitudinarias para exigir que se bajen los precios de los heroicos consoladores. Las obras literarias y pictóricas se multiplicarán acerca del tema, así como las conferencias y discusiones en tribunas y plazas públicas.
Los colectivos que se sienten marginados (no los heteros, esos no) entonarán entonces emocionados La Dildointernacional. Raúl Castro y Miguel Díaz Canel habrán liberado por fin a los consoladores.
Esa otra parte ínfima del pueblo que exige libertad y democracia puede seguir esperando.