Ocurrió hace tiempo en una bakery de New Jersey, en Bergenline, donde venden solamente productos cubanos: dulces, medianoches, etcétera, una argentina se ocupa del negocio.
Entraron dos ancianas cubanas con una todavía más anciana, pero americana:
-Sherry, sidaun giar! -y una de ellas, la que dio la orden, tiró a la anciana americana en una silla rotante. Sherry, que llevaba un collar de perlas, se quedó dando vueltas a mil, incrustada en la silla mientras las otras dos conversaban muy amenas.
-¡Sherry, estáte quieta! -y la más mandona la agarró por el collar de perlas y tiró de ella con la intención de detener la silla, a riesgo de ahorcar a Sherry, que no emitió ni un quejido, al parecer habituada ya.
-Dos medianoches, mijita -le pidió mientras tanto la otra anciana cubana a la dependiente argentina.
-¿Te la tuesto, vos? -preguntó la pobre argentina que no sabía lo que le esperaba.
-Niñaaaaaaa, pero ¿tú eres argentina o qué? ¿De dónde tú sacaste que las medianoches se tuestan?
Afuera los autos pitaban a todo meter, las ancianas dejaron atravesado el barco, digo, el auto, que es casi del tamaño de un barco, de los años cincuenta, y que habían malaparcado.
La argentina les entregó las medianoches. Una era para Sherry -"entera", asegura una de las cubanas-, que tendrá casi cien años y, supongo que siendo americana y tan longeva, se crió a base de sopitas kirby. La segunda medianoche la dividirán entre las dos para conservar la línea (oblicua).
-¿Ustedes son familia de Sherry? -me atreví a musitar.
-¿Nosotrassssss? Niñaaaaaa, pero ¿tú no has visto lo blanca yogur que está Sherry? Ella es gringa y nosotras cubanas. Yo la cuido y esta es su enfermera -dijo señalando a la acompañante-. ¡Vámonos, Sherry!
Y de un halón del collar de perlas sacó a Sherry de la silla rotante, le atrabancó la medianoche entre la plancha de dientes postizos, y salieron a la calle a calmar a toda esa "partía de alterados".
-¡Teikirisi, teikirisi, que a Sherry no me la pueden andar agitando ustedes!
La cosa no habrá cambiado demasiado, tal vez para peor. Ahora los que cuidarán a las tantas Sherrys desamparadas tal vez les injerten –como sea- en las orejas ese ritmo ensordecedor que llaman perreo o reguetón, cuyo ritmo y letra pudiera matar a cualquiera de múltiples ataques de apoplejía.