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Zoé Valdés

Charles, Camilla y el saltaperico componedor

¿A qué fueron el príncipe Charles de Inglaterra y su consorte Camilla a Cuba, se pregunta una gran mayoría, y con razón?

¿A qué fueron el príncipe Charles de Inglaterra y su consorte Camilla a Cuba, se pregunta una gran mayoría, y con razón? No ha habido al fin y al cabo una explicación transparente por parte de los viajeros, o viajantes, y mucho menos del lado de los representantes del castrismo que los recibieron en la desgraciada isla.

Pero allá fueron a mostrarse, y allí le dieron valijú a la tiranía y se tomaron todas las fotos comprometedoras habidas y por haber, como ocurrió en el pasado, en aquel aciago 1939, año en el que otro príncipe de Gales, el breve rey Edward VIII, se retratara con su defendido y bien considerado Adolf Hitler.

Los viajantes no sólo se lucieron junto a toda la cúpula comunista barrigona y bien comida de Cuba, también se dejaron conducir al céntrico parque donde se encuentra la estatua de John Lennon en bronce (instalada bastante recientemente), y allí Camilla, sombrilla en mano, junto a su fatigado y sudoroso marido, ambos, autorizaron que inmortalizaran su imagen con uno de los Beatles, que tantos años estuvieron prohibidos en la isla, con su música acusada de "diversionismo ideológico" y de veneno imperial del enemigo, y de todo lo humano y divino

Por oír a los Beatles en Cuba muchos jóvenes de la época debieron pasar largas temporadas en las horrendas celdas castristas, además fueron tratados como los peores gusanos y escorias de este mundo, y una buena cantidad debió exiliarse y hasta algunos jóvenes perdieron sus vidas en el Estrecho de la Florida devorados por los tiburones, o ahogados, en el intento de búsqueda de la libertad.

Me niego a creer que el príncipe Charles y Camilla ignoren semejante período de oscuridad, un período sombrío que para los demócratas cubanos continúa todavía, no se ha acabado.

Se dice que el príncipe Charles es un buen negociante, que ha hecho con su leche, la que lleva su nombre, unos negocios increíbles en el mundo entero. A ver si por fin la leche del príncipe Charles, la que lleva su nombre reitero, puede ser alimento de familias y niños cubanos. Pero. Cuando lo vea lo creeré.

Leyendo el Daily Mail y observando algunos vídeos me entero de quién es por fin el que ha orquestado la visita de estos personajes reales a La Habana, el intermediario componedor; pues ha sido el bailarín Carlos Acosta, el saltaperico del régimen. Porque es de suponer que él sólo no ha podido encargarse de montar un número politiquero tan reprochable y poco favorable para la realeza británica.

Carlos Acosta es el Leonardo Padura y la Wendy Guerra de la danza. Todos ellos, que se van, fingiendo que se quedan, con el poder de seducción que creen poseer, pareciera que cumplen una misión y que siguen al pie una agenda bajada e impuesta desde el Comité Central: la de dedicarse a vender viajes procastristas a los incautos, a los tontolabos que se creen aquello del cambio-fraude raulista-light y, con esto, a la larga enredarlos en las patas de los pencos del castrismo y facilitar el chantaje.

No ha tardado demasiado el saltaperico bufonesco del régimen bajo las órdenes de la marioneta raulista Díaz-Canel en declarar que ahora que ya no está Obama, y que con Trump no se pueden tirar a hacer esos negocios (en los que siempre pierde el imbécil de turno frente a los bicharracos ñángaras), es la hora de que Gran Bretaña haga el papel de puta en cuaresma frente a los Castro (padre e hijos) y su pelele y ocupe el vacío abandonado por Estados Unidos.

No ha tardado Acosta, porque anda desaforado, a la espera de que por fin le aprueben la Escuela de Saltapericos que quiere montar allí, el sitio del planeta donde los bailarines pasan más hambre, y donde a él lo han despreciado por negro, como hizo la primerísima bailarina assoluta, la cegata y viejísima Alicia Alonso. No ha tardado Acosta en ensuciar todavía más el reinado de Isabel II, como si ya no tuviera suficiente basura encima, y de paso al futuro rey, si es que llegara a serlo.

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