Una actriz mediocre, aunque comunicadora excelente, lee en un teleprompter un discurso oportunista y mentiroso en una entrega de premios como los Golden Globes, completamente peoplelizada, aplaudida hasta la histeria fácil y actuada, y al momento la empiezan a promover para presidente de Estados Unidos. Lo que resulta un despropósito absoluto.
Una gran actriz, y mujer elegante, culta y discreta, apoyada por cien potentes voces femeninas de la sociedad francesa, levanta su voz con una carta verdadera, moderada y defensora de los derechos de todos, mujeres y hombres, y entonces crea el debate y la polémica tan necesarios. A nadie se le ocurre que pudiera ser presidente de Francia. Lo que es una pena y un desperdicio.
¿Por qué no podríamos desear que Catherine Deneuve se postulase para la presidencia de Francia? ¿No fue ya la mejor representación de la Marianne, junto a Brigitte Bardot y Laetitia Casta, en sus debidas oportunidades? ¿La impecable trayectoria artística de Deneuve valdría algo en su favor?
Es cierto que la actriz francesa nunca ha ganado un Óscar, como tampoco Oprah Winfrey, que estuvo nominada para mejor actriz de reparto por El color púrpura, dirigida por Steven Spielberg, y no creo que haya trabajado jamás con este director, quien confesó en una de sus entrevistas que las mejores horas de su vida, oigan bien, las mejores horas de su vida, las pasó mientras conversaba con Fidel Castro. Bueno, eso de conversar habría que ponerlo en duda, porque pocos ignoran que con Castro I no se podía sostener de ningún modo una conversación, ni un mínimo diálogo, rápidamente él lo reducía todo a un monólogo en el que quien llevaba la voz cantante y solista era él, y exclusivamente él.
Pero volvamos a Catherine Deneuve, quien tiene a su favor, en su magnífica carrera, el haber interpretado los más disímiles y hermosos personajes de la cinematografía francesa y mundial, desde su juventud hasta ahora, sin haber hecho ningún tipo de concesión artística.
Existe una sobrevaloración de las actrices americanas desde hace unas tres décadas que da pavor, y que desilusiona de aquel Hollywood dorado que tanto nos hizo soñar. No encuentro en la actualidad, salvo dos o tres, a una actriz que pudiera compararse con ninguna, no ya de las mejores, sino de las medianas actrices francesas de su generación.
Catherine Deneuve no es una diva, ni una star, ni una simple actriz, es toda una soberbia comédienne, que se echa lo que le pongan y lo catapulta a unos niveles inimaginables. La defensa que hace Deneuve de sus personajes, en las entrevistas que le he visto y leído, denotan una nivel de profundidad envidiable. Ni una palabra de más ni una de menos, pura sensibilidad y pensamiento a pulso, serenidad y convicción. Como ella misma lo ha dicho: "Una mujer libre". Que no le debe nada a ninguna de estas ratas alcanforadas que pululan entre las celebridades.
Una mujer libre, preparada por la vida y por su trabajo, sin estridencias, y sin ningún tipo de complejo, pese a que injusta y perennemente la han acusado de una sombría herencia familiar que nada tiene que ver con su férreo carácter.
Catherine Deneuve pudiera ser una extraordinaria presidente de Francia, si se lo propusiera. Es una mujer que está por la concordia y no por la agresión, por la inteligencia y no por el oscurantismo, por el progreso y no por el atraso, por la belleza y no por la alternativa de un cierto paternalismo edulcorante de la ignorancia y la fealdad.
Pero, por lo alto y con todo mi afecto y admiración, mi consejo sería que no lo hiciera. No le hace falta, y no merece la pena que sacrifique su brillante carrera por ningún ignorante que prefiera a Spielberg antes que a Buñuel, en caso de que lo conociera.