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Zoé Valdés

Aznar

Con el presidente José María Aznar, los zopencos de toda la vida quisieron lucirse, fueron a por lana y salieron trasquilados.

Con el presidente José María Aznar, los zopencos de toda la vida quisieron lucirse, fueron a por lana y salieron trasquilados.
EFE

Parto siempre de una convicción tan firme como el tronco de una ceiba: no soporto a ningún político. Aunque mis excepciones hago, como verán, no muchas, contadas con los dedos de las manos sobran dedos, y en ocasiones hasta sobran manos.

El tema es que con el presidente José María Aznar los zopencos de toda la vida quisieron lucirse, fueron a por lana y salieron trasquilados. Con el consabido interrogatorio pretendían que el presidente saliera de allí directo a la cárcel, pues no, por poco habría sido lo contrario.

Aznar, para ir al grano, fue un presidente de mi agrado, se portó muy bien con Cuba y con los cubanos. Además de que autorizó y participó en la necesaria guerra de Irak. Sólo una vez se le fue la musa, cuando resopló una trompetilla frente a alguien que le preguntó si no había pensado en los cubanos y en sus derechos, allá en la isla, en referencia a lo económico dentro del amplio espectro de negocios de los comerciantes españoles; sólo una vez, que yo sepa.

El caso es que con el presidente José María Aznar, con mucho el mejor presidente de España y de toda la FAES de la tierra, el país se colocó en un boom económico inimaginable, las portadas de la prensa internacional le dedicaban al país de Cervantes y a los españoles verdaderos cantos de admiración y reconocimiento. Aznar mantuvo la calma, no se le subieron los éxitos y el ego a la mollera, más bien prosiguió con lo que él creía que sería mejor para su país: mejorar la economía, bajar el desempleo. Hasta que llegó la guerra, y el escarnio público cayó sobre su persona y sobre los que lo rodeaban, familiares políticos y familiares tout court.

Tras él –actos terroristas mediante– llegó el tonto y maléfico Zapatero, tan campante que destrozó el país. Aznar siguió en la marcha de una continuidad muy propia, la de una moral muy alta, discreto con sus verdades, actuando siempre a favor de los principios fundamentales de la humanidad: crecimiento y respeto de los derechos humanos. Un hombre de bien probado, un político distinto, sin duda.

Pues, recién lo han interrogado, durante más de cuatro horas, sobre corrupción y demás fechorías inventadas, y no sólo ha salido ileso, sino que también ha puesto en evidencia, disminuyéndolos mediante la razón y la transparencia, a toda esta turba de miserables que hoy ansían imponer el comunismo en España y así acabar con las libertades y el funcionamiento de la democracia.

¿Para que nos ha servido el interrogatorio a Aznar? Pues sobre todo para empezar a extrañarlo, a sentir nostalgia de políticos de su nivel, para pedirle que de alguna forma retorne a lo suyo de manera contundente, y dedique sus máximos esfuerzos a formar mujeres y hombres que puedan competir con sus capacidades, las suyas. Eso es lo que han logrado los pandilleros del bando contrario, y no es poco.

En cuanto a ese bulto de insufribles idiotas, sería muy conveniente que se multiplicaran por cero. No, claro que no lo harán, tratarán de tergiversar, de contar sus mentirijillas a través de las redes sociales, de vanagloriarse de lo que nunca sucedió allí, este día, en el que Aznar uno por uno los hizo puré de talco, un puñado de polvo, y no precisamente enamorado.

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