El antisemitismo en Francia no es asunto reciente, es histórico y un tema no zanjado desde la noche de los tiempos. Pero un nuevo antisemitismo ha venido surgiendo, el antisemitismo intelectual convoyado con el de los actos más despiadados. El odio y desprecio a los judíos se ha ido mostrando desde hace varios años, no sólo a través de manifestaciones onerosas en cementerios judíos, inscripciones intolerantes en puertas y fachadas, insultos callejeros, artículos de prensa, vídeos en YouTube, programas televisivos, escupidas en rostros en plena calle, y hasta acciones verbales provenientes de políticos, como es el caso del comunista Jean-Luc Mélenchon, que es uno de los seres más cargados de odio en este país; el antisemitismo en Francia se ha llevado vidas por delante, mediante ataques terroristas (los más conocidos fuera de Francia) y vía asesinatos puntuales, como fueron los casos de Ilan Halimi y, hace muy poco, dos ancianas francojudías. Todos fueron torturados salvajemente antes de ser aniquilados. El antisemitismo ha subido considerablemente, alcanzando la alarmante cifra de un 74 por ciento, como testimonia el caso de Danièle.
Tras estos actos, algunos se atreven a afirmar que el antisemitismo en Francia no es mayor que el antiislamismo. Falso. En una de sus brillantes entrevistas, el recién fallecido modisto Karl Lagerfeld, respondiendo a una de las preguntas acerca del tema, dijo que el antisemitismo en Francia estaba directamente ligado con la inmigración musulmana. Y llevaba una vez más razón en sus brillantes palabras.
El antisemitismo era cosa del pasado, resurgió en Francia debido a la gran cantidad de inmigrantes musulmanes y conversos por ignorancia al islamismo que registra este país. No hay más que averiguar los nombres de los asesinos y torturadores de las víctimas, aunque se quieran ocultar, invariablemente afloran identidades árabes de origen musulmán, aunque hayan obtenido la nacionalidad francesa y aunque sean nacidos en Francia de padres musulmanes. A ninguno de estos sujetos les interesa el hecho de ser franceses o europeos, como no sea una vía más para llevar a cabo sus afrentas y crímenes, enmascarados en una nacionalidad que los protege no sólo tras una certificación de nacionalidad, además y sobre todo legalmente.
Cada vez son más los judíos que huyen de Francia y se instalan en Israel, cada vez son más los que buscan refugio en el nacionalismo, o sea, en el sionismo, que no es más que el nacionalismo israelí, a lo que el pueblo israelí tiene todo el derecho del mundo, porque siendo junto con el Líbano una de las dos únicas democracias de Oriente Medio, Israel debe existir para garantizar la democracia y el progreso humano, científico, cultural, educativo, social y político. A los que no atacan como judíos los agreden entonces tildándolos de sionistas, como si serlo fuera un acontecimiento en sí mismo malsano y delictivo. El sionismo ha protegido a Israel, y ese país debe ser protegido frente a los terroristas de Hamás. El que no lo vea es por que es ciego o malintencionado. Más lo segundo.
La izquierda y el islamismo son en buena medida antisemitas, está comprobado. Pruebas suficientes tenemos, no olvidemos las acciones bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero en España en relación a Palestina y a Israel. Favores al primero y desprecio al segundo. Ni hablemos del Gobierno de Barack Obama en Estados Unidos. El presidente Emmanuel Macron ha hecho algo al respecto en las últimas horas, en una cena con el CRIF (Consejo Representativo de Instituciones Judías de Francia) ha declarado que es muy probable que se instituya legal y formalmente que el antisionismo sea considerado una de las formas antisemitas de acción de los protagonistas del odio. Tarde, tal vez, pero algo es algo. Veremos a ver.
Llevo días leyendo la segunda novela de Armando Lucas Correa, La hija olvidada, transcurre mayormente en la Alemania nazi y en la Francia ocupada. He debido parar en varias ocasiones antes de seguir con la lectura. El odio es el tema de esa novela, sin duda alguna, el odio vencido siempre por el amor, pero el odio fascista y sus daños, irreparables, como el odio comunista, cuyas víctimas son, lo sabemos, numerosas. El odio del que se cree más fuerte y no es más que el más endeble de los vivientes. He detenido la lectura por miedo, por dolor, porque conozco ese odio, lo conocí bajo el castrocomunismo y ahora mismo lo estoy viviendo en mi país de adopción. Probablemente Armando Lucas Correa, visionario como son los novelistas, no sepa todavía cuán necesaria es La hija olvidada, porque de olvido se trata. De olvido, y de odio. De dolor. Lucas Correa convierte ese dolor en conocimiento. Cuán necesario es conocer, jamás olvidar.