Como en un cuento infantil, de los de terror y misterio, aunque este es de los que no acaban de entender las feministas, esas que se dan a la tarea de censurar el beso en la boca de un príncipe –"no consensuado", alegan– en un cuento escrito por los hermanos Grimm en 1812… sin querer reconocer, porque a estas alturas no lo comprenderían, que igual Schneewittchen, o sea, Blancanieves, quiso fingir lo del sueño eterno y tal por aquello de que le robaran los labios; el caso es que el ogro de este otro cuento llevaba una coleta como una capa raída y maloliente sobre su encorvada espalda, y de un día para otro, después de perder –supongamos que renunció de buen agrado– parte de sus prebendas, como ogro feroz y peludo de un tajo se cortó el enredillo de moño y se hizo un peinadito de estos muy hípster para caer en gracia en el medio circundante.
Al Rata Coletas le han hecho un corte de pelo de primera. Ya no tiene coleta, ahora deberá solucionar la manera de erguirse, de pararse y de aprender a caminar, pues da la sensación de que padece de orquitis. Además, deberá disimular la escoliosis aguda bajo buenas chaquetas a la medida, ni tan grandes ni tan ajustadas, sólo a la medida.
Una amiga me escribe: "Él puede mejorar su aspecto, pero su alma no tiene arreglo". Apruebo esta reflexión y la hago mía.
Cambiar de aspecto no lo hará menos rata peluda y feroz, sólo se ha disfrazado, semejante al lobo de la abuelita, quizá para asustar lo justo por el momento, mientras espera la ocasión del siguiente zarpazo. Un comunista no se queda dado nunca.
Cambiar de semblante para que la gente crea que intenta reformarse, y que trata de entrar por el aro de la urbanidad y de asumir nuevos y buenos modales, no engaña a estas alturas a nadie. Las palabras quedan, acompañadas de ciertos ademanes violentos, gestos e imágenes que lo imputan de por vida como lo que es: un totalitario y un machista leninista. Las palabras marcan lo dicho, lo escrito, lo grabado; está ahí todo.
Nadie se deje engañar por el perfume nuevo, la camisa planchada en la dirección del hilo del tejido, los filos estirados del pantalón y el cuello al descubierto… No le crean, es el mismo ser despreciativo, depredador de ideas, imponente en su precisión del terror y de las revoluciones como fórmulas de aniquilamiento.
Lo siento, no lo dicen los venezolanos, la frase es de Reinaldo Arenas, el gran escritor cubano, que escribió reiteradamente en numerosos ensayos: "Los cubanos venimos del futuro". Que se pongan en la cola hasta para la hora de citar, que todavía a ellos les queda algo de prensa libre y hasta editoriales independientes… Es la realidad y no otra, hasta eso lo vimos y vivimos los cubanos, el cambio de ajuar: cuando Castro cambió su uniforme militar verde olivo por el chándal deportivo y las botas italianas de cuero de cordero abrochadas hasta la media pierna por los Nike.
Antes se había mandado a hacer dientes postizos nuevos que le bailaban en las encías, pero al menos no tenían la costa y las picaduras de los delanteros originales; también perfiló su barba con un corte más adecuado y perfecto, incluso empezó a maquillarse de un rosado estilo museo de cera de Madame Tussaud… Pero siguió siendo el mismo, la misma bestia con idéntico collar y odio, con un poder de concentración para la destrucción como pocos tiranos…
Engañó al mundo con su novedosa indumentaria y su cambio de look, pudo incluso haber engañado a algunos cubanos del pueblo, de los de a pie, pero la gran mayoría sabía que continuaba siendo lo que fue, un miserable malvado, lo que no dejó de ser que expiró tranquilamente en su cama rodeado de los suyos.
No se coman el millo frente a este tiranozuelo, no tan en ciernes ya, sino bastante cumplido. Con coleta o sin ella, en él es el alma lo que importa, y el alma no cambiará nunca. Es tan feroz y peluda como la de sus predecesores.