La Ley Villar Palasí degradó la Educación Secundaria pero, a cambio, elevó la edición a la categoría de industria y de arte. Es una paradoja de difícil explicación, pero los adolescentes de la primera o la segunda generación del desastre educativo de España nos iniciamos en el estudio de las Humanidades con excelentes manuales de maestros como Rodríguez Adrados, Lázaro Carreter y Ferrater Mora. La Ley General de Educación de 1970 produjo estos lodos de la LOGSE, pero también las dos figuras más importantes de la edición escolar y literaria de los últimos cien años. Una, don Jesús de Polanco Gutiérrez, falleció en 2007; la otra, don Germán Sánchez Ruipérez, lo ha hecho este domingo 12 de febrero, en la República Dominicana, sin cumplir los 86.
Las vidas de uno y de otro describen un antagonismo pasional que ya es un mito clásico de la reciente historia empresarial. La emulación, la competencia y, a veces, la inquina mutuas fueron legendarias. Ambos gozaron y se disputaron el favor político, durante la dictadura y en la democracia. Ambos llegaron al mundo del libro por intuición comercial, no por un bagaje lector o académico. Ambos se rodearon de escritores y sabios que marcaron el proyecto editorial y atrajeron a algunas de las mejores mentes de su tiempo: para Polanco, el prescriptor más importante fue Javier Pradera; para Sánchez Ruipérez, el consejero determinante fue, sin duda, Fernando Lázaro Carreter. Ambos pugnaron por la hegemonía del discurso cultural y ambos reclamaron para sus iniciativas la herencia intelectual de Ortega y Gasset: Polanco, con el imperio Santillana y con El País; Sánchez Ruipérez, con la no menos imperial Anaya, con la adquisición de Alianza Editorial y con el intento de reeditar El Sol, un diario fugaz y tumultuoso en su segunda época (duró apenas dos años y tuvo seis directores), pero deslumbrante en su hechura tipográfica y a ratos inteligente en sus contenidos, particularmente, antes de que el señor Alfonso Guerra y sus comisarios de guardia, con la bendición de don Germán, metieran sus pezuñas en la Redacción y lo llevaran al cierre.
El fundador de Anaya nació en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, el 12 de septiembre de 1926. Su padre era librero impresor y su madre, maestra nacional. Fueron encarcelados al comenzar la Guerra, por su simpatía republicana. El abuelo paterno, editor de uno de los primeros diarios de la comarca, La Voz de Peñaranda, contagió al nieto la afición a los libros, no tanto a su lectura como al arte de hacerlos bellos y útiles. Germán Sánchez Ruipérez no fue un lector, no fue un intelectual metido a editor, sino un artesano que cuidó el libro y lo produjo para las masas, especialmente para los adolescentes, con un gusto que resultó decisivo, tanto como la calidad de su catálogo, para que varias generaciones de españoles descubrieran a los clásicos de la literatura universal a unos precios populares. La colección Tus Libros, de Anaya, sigue siendo la puerta de entrada de miles de jóvenes a un universo de historias contadas por Galdós, Poe, Stevenson, Conan Doyle, London, Verne o H.G. Wells, entre otros muchos maestros de la literatura.
Concluida la Guerra, la familia se estableció en Salamanca, donde el padre abrió y regentó la librería imprenta Cervantes. El joven Germán, poco inclinado a los estudios universitarios, fue enviado a Londres a aprender el oficio de editor. Esta etapa decantó definitivamente el tipo de editor que llegaría a ser. Solía decir que Londres era su segundo hogar.
A mediados de los años 50, conoció en Salamanca a quien, entonces, era el catedrático más joven de España. En 1959, Fernando Lázaro Carreter publicó para un sello recién creado, Anaya (así llamado por el palacio Anaya que alberga la Facultad de Letras de la Universidad de Salamanca), una Gramática de Bachillerato, un manual de una claridad innovadora, apartado del farragoso y envarado lenguaje de los libros de texto de la época. El libro fue adoptado rápidamente en los institutos. Así comenzó una de las mayores industrias culturales en lengua española, un conglomerado que ha llegado a reunir, entre otros, los sellos de Cátedra, Alianza, Tecnos, Siruela, Pirámide, Algaida o Trotta; un fondo editorial de miles de títulos que comprende todas las épocas y todos los clásicos antiguos y modernos de la literatura y del pensamiento; un dominio del mercado del libro de bolsillo y una hegemonía en el campo de los manuales escolares, siempre en dura disputa con Santillana, el sello de su simétrico rival en los negocios.
Sus detractores delatan una personalidad demasiado altiva para una escasa dotación intelectual. Una leyenda le imputa un leve e involuntario atropello de tráfico a un fraile, en una calle de Salamanca. Cuando volvió a verlo para interesarse por su estado, le preguntó que por qué seguía siendo fraile, si él podía convertirle en un editor. Hoy, el ex religioso dirige uno de los sellos editoriales del grupo Anaya.
Los redactores de El Sol, abandonados a la francesa en su lujosa sede de la calle Goya, en marzo de 1992, le atribuyen la frase: "Soy el amo de la burra". Quiso ser el amo del cotarro cultural, montó la primera Redacción donde el periódico se hacía con Mac en lugar de con PC, trajo de Estados Unidos a los mejores creativos gráficos de la época, creó uno de los diarios más hermosos del mundo, con el mismo cuidado que ponía en sus libros, pero sin la paciencia, la independencia y, lo más importante, sin un proyecto cultural claro para la sociedad española. Ensambló un juguete caro, pero sin alma. Su instinto fue el de dar réplica a Jesús de Polanco con un diario que disputase a El País algo que, ni siquiera hoy, cuando el diario de Prisa es la triste sombra de lo que fue, nadie de la izquierda y la derecha ha conseguido arrebatarle todavía: su imperio sobre el imaginario, su aplastante pauta de lo que debe considerarse bello y verdadero en nuestra época.
La directora de The New York Times, Jill Abramson, resume así lo que publica su diario: "Historias relevantes, edición inteligente, lenguaje elegante". Cuando se alió con el guerrismo para mantener radiante El Sol republicano donde Ortega y Gasset había tenido su tribuna, Germán Sánchez Ruipérez solo conocía el arte de la "edición inteligente", en la que fue un magnate con alma de artesano. En cuanto a lo demás, los comisarios del PSOE se encargaron de que no publicara nada relevante de lo que pasaba en la España de Filesa y de la corrupción a mansalva y, sobre todo, de que el lenguaje de El Sol fuera incompatible con la elegancia.
Espíritu contradictorio y enfeudado en los caprichos de los políticos, Germán Sánchez Ruipérez simultaneó el sosegado despacho de la editorial con la vida loca de los primeros tiempos de la televisión privada en España. Junto a la ONCE del señor Miguel Durán, formó la cuota de fieles que el Gobierno de Felipe González impuso a Berlusconi en la Telecinco de las Mama Chicho, José Luis Coll y las primeras canciones de Emilio Aragón. Aquello acabó como el rosario de la aurora, con don Germán enfrentado a sus socios y una salida abrupta del accionariado con denuncias públicas incluidas. Fue otra de sus réplicas fallidas a Jesús de Polanco, que en aquellos días acababa de obtener la licencia para la primera televisión de pago de España. Después de vender el grupo Anaya por 50.000 millones de pesetas a una multinacional, don Germán vivió casi enteramente dedicado a la actividad de la fundación que lleva su nombre. Una de sus últimas iniciativas ha sido la puesta en marcha de la Casa del Lector, una iniciativa puntera y cara de culto al libro y la lectura, cuya dirección puso en manos del ex ministro de Cultura, César Antonio Molina. La edición de libros fue su pasión, a la que se entregó con instinto industrial y alma de artesano. Heredada de su abuelo, le compensó con creces de los disgustos que sus tentativas como magnate de la comunicación le infligieron.
Descanse en paz.
El Sr. Germán Sánchez Ruipérez, editor, fundador de Anaya, nació en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, el 12 de septiembre de 1926, y falleció este domingo 12 de febrero, en Santo Domingo, República Dominicana, a los 85 años de edad.