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Tomás Cuesta

Tranquil, Artur, tranquil

El problema, hoy por hoy, es que la "conllevancia", esa piadosa cataplasma que recetaba Ortega, puede ser un alivio pero nunca un remedio.

El problema, hoy por hoy, es que la "conllevancia", esa piadosa cataplasma que recetaba Ortega, puede ser un alivio pero nunca un remedio.
Artur Mas | EFE

Una vez liberado de compromisos como el Tour que le han tenido en vilo -y, para más inri, en vela- en esas horas críticas en que la sofoquina pide siesta, hay muchos que dan por hecho que el presidente del Gobierno va a dedicarse en cuerpo y alma a desactivar el gatuperio con el que los caudillos del independentismo catalán quieren poner a España en almoneda. No obstante, también son muchos quienes, desconcertados por la pachorra con que el líder enhebra la inacción con la prudencia, sospechan que el futuro pinta color de hormiga y que a la marabunta que se anuncia no habrá quien la contenga.

Lo cierto, en cualquier caso, ocurra lo que ocurra en las postrimerías de septiembre, es que hay ya mucha basura acumulada en los contenedores de la convivencia y que este hirviente estío de todos los infiernos, además de ser largo, será fétido. Los responsables de aliñar la murga del sí-sí, de la coyunda orgiástica entre Mas y Junqueras, empiezan a coscarse de que la lista única podría ser tontísima si se confirman las encuestas. De ahí que resulte urgente avivar el incendio, amplificar el victimismo, encanallar el verbo. Surtir de carnaza, en suma, a unos medios famélicos que en los yermos de agosto rebañan cualquier hueso.

Nos desayunaremos, pues, con ruedas de molino, desvergonzados trágalas y chulerías indigestas que, después de acaparar los titulares, monopolizarán las sobremesas veraniegas. Y así día tras día hasta que la Diada, el 11-S, reviente las costuras de la ciudad pasmada con una masa hirsuta, uniformada y vocinglera que exigirá -porque "ara és l´hora"- más trigo y menos prédicas. En definitiva, nada, o casi nada, nuevo. Nada que, a fin de cuentas, no llevemos un siglo padeciendo.

El problema, hoy por hoy, es que la "conllevancia", esa piadosa cataplasma que recetaba Ortega, puede ser un alivio pero nunca un remedio. Especialmente si de un lado tensan la cuerda hasta el extremo y obligan a la otra parte a ceñírsela al cuello. Tal es la clave, Zavalita, de cómo se jodió el Perú. Dilucidar el cuándo nos llevará apenas dos meses. ¿Quiere eso decir que el Estado, de nuevo, insistirá en llamarse andana y volverá a perder el clásico por incomparecencia?

La pregunta de siempre lleva cogida por los pelos la respuesta de siempre. Mientras algunos de sus ministros apelan, sacando pecho, a la Constitución interpretada literalmente y por derecho, Rajoy sigue emboscado en la espesura del silencio aguardando que, al cabo, el miedo o la cordura cobren por él la pieza. Entretanto procura travestir el muñeco poniendo en alerta máxima a una task force de picapleitos que, al parecer, hará las veces de aquel pelotón de infantes al que se encomendaba Spengler para salvar los muebles.

O sea que la estrategia con la que el Clausewitz gallego pretende acoquinar a las hordas rebeldes consiste, grosso modo, en desplegar la ley frente a los que jactan de chotearse de las leyes. Dura lex, sed lex. La ley es dura, pero es la ley o, por mejor decir, lo era. Aplicándole un baño de "proporcionalidad", las quiebras son fisuras, las asonadas, pataletas. Tranquil, Artur, tranquil. Luego de conquistar el Alpe d´Huez, Rajoy se ha puesto a ello.

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