Leszek Kolakowski fue un pensador excepcional, un faro en las tinieblas del consenso sectario, un espíritu libre, un rebelde con causa que desnudó al marxismo, aireó sus andrajos y nos lo pintó tal cual, entero y embustero, pútrido e inhumano. Fue eso, que ya es mucho, y aún fue más: fue un chinche, un polemista, un despabilador, un visionario. Un intelectual, al cabo, que se comprometió con su conciencia en lugar de alquilarla y supo, "noblesse oblige", vivir contracorriente y cavilar a contramano. A Kolakowski, reo de heterodoxia contumaz, el régimen polaco le expulsó de su cátedra, le confiscó su madurez, le exilió de su infancia y le empujó a mudarse al oeste del Edén, lejos, en la otra punta, del paraíso del proletariado.
Pero el desterrado, al poco, encontró asilo en "All Souls" (el "college" de los "colleges", el relicario del prestigio, la élite quintaesenciada) y, tras nacionalizarse en Oxford antes que en Gran Bretaña, tejió una obra tan tersa, tan variopinta y tan determinante que la voz del maestro prevalece, alta y clara, sobre la batahola de los párvulos. El ejemplo palmario de la inteligencia no caduca, de que los espejismos del presente son el espejo del pasado, es aquel manifiesto que Kolakowski, in illo tempore, se sacó del caletre o, quizá, de la manga. El Muro, por entonces, partía el mundo en dos, la Historia se antojaba, sobre siniestra, interminable y los reverenciados mandarines de un totalitarismo estilizado seguían sentando cátedra y erigiendo cadalsos.
Es comprensible, pues, que la proposición del politólogo (una modesta proposición, una utopía desbravada) no se tomase en cuenta ni a beneficio de inventario. "Cómo ser un socialista-liberal-conservador: un credo". Al despachar así el libro de instrucciones de esa jovial alternativa (tres-en-uno) que clausuraba el reñidero ideológico y apagaba la hoguera de las identidades, Kolakowski iba al grano y, a cada quien lo suyo, repartió los papeles sin repartir sopapos. Los conservadores aportaban un contrapunto escéptico al optimismo asilvestrado. Los liberales se ocupaban de que los ideales de igualdad no se abismasen en la ciénaga del igualitarismo a ultranza. Y los socialistas, por su parte, celosamente flanqueados, regulaban con tiento y redistribuían sin saña.
Ni que decir tiene que el cóctel (Molotov) de Kolakowski y la queimada en que Rajoy se ha escaldado las barbas son bebedizos muy distintos amén de muy distantes. Los conservadores, hoy, son una fantasmagoría vergonzante que coquetea con el liberalismo de ocasión y le hace ojitos a la izquierda hambreada. Los socialistas, en su línea, degeneran por hábito. Y en cuanto a los liberales… ¡Qué memez! ¿Acaso hay liberales? Distintas y distantes, la alternativa Kolakowski y la salida de emergencia que propugna Mariano tienen un aire de familia: en el fracaso son un calco.