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Tomás Cuesta

El retablo de Maese Pedro y la jaculatoria de González

Lenin se merendó a los mencheviques e Iglesias hará lo propio con el PSOE si nadie le coloca un bozal de su talla.

Lenin se merendó a los mencheviques e Iglesias hará lo propio con el PSOE si nadie le coloca un bozal de su talla.
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González, en su día, se quitó a Marx de la chepa por los mismos motivos que el rey Enrique IV abjuró de Lutero. "Paris vaut bien une messe", arguyó el pretendiente dispuesto a comulgar con ruedas de molino para ceñirse la corona y disfrutar de la molienda. "Hay que ser socialistas antes que marxistas", proclamó a toda plana San Isidoro de Suresnes determinado a consumar su ascensión a los cielos sin lastres doctrinales ni sanguinarias hipotecas. Si París, cual es fama, bien valía una misa, conquistar la Moncloa justificaba un sacrilegio que los zelotes del jurásico, con Tierno a la cabeza, quisieron impedir aderezando intrigas y expidiendo anatemas. Vano empeño: Felipe (simplemente Felipe, González vino luego) barrió a los objetores, apaciguó a los reticentes, rescató a su partido del pudridero ideológico que le roía los adentros e hizo posible, al poco, que la riada de la izquierda fluyera hacia el poder por la calle de en medio.

Treinta y siete años después de aquel Congreso Extraordinario en el que el PSOE contribuyó a la Transición transitando hasta el canon de las socialdemocracias razonables, su Comité Federal se encontrará este sábado ante una encrucijada no menos inquietante. Bien es verdad que, ahora, el escenario es muy distinto, que los actores han cambiado, que en este enredo el drama se coaliga con la farsa. Pero no es menos cierto que los barones que apuntalan a un PSOE patidifuso, anémico y menguado deberán responder a un desafío que no desmerece en nada a aquél que, in illo tempore, obligó a cada cual a retratarse. Al desprenderse, antaño, de las anteojeras del marxismo lograron percibir que la centralidad era el salvoconducto de los monopolistas del progreso, su inobjetable coartada. El avenirse, hogaño, a suscribir un pacto fáustico con esa turba infame que grazna en los platós y gorjea en Palacio, sería peor que un crimen; sería -Fouché mediante- un gravísimo error, un gigantesco disparate.

Los neo-leninistas que han crecido -y se han crecido- en las hediondas cochiqueras de la telecracia saben que el Gran Satán les justifica; que la casta -el pútrido espantajo- es, en el fondo, un aliado; que el contrincante, en suma, sirve de contraparte. Cuanto peor, mejor: sin novedad en el parvulario. De ahí que su auténtico enemigo -ese al que intentarán anestesiar con arrumacos y al que apuntillarán, acto seguido, con hechos consumados- sea quien le disputa la primogenitura de los sueños (o de las pesadillas, que la noche es muy larga) y se resiste a traspasarles el comodín del cambio. Lenin se merendó a los mencheviques e Iglesias hará lo propio con el PSOE si nadie le coloca un bozal de su talla.

Mientras, por si las moscas y por amenizar el trance, manténgase a la escucha de la jaculatoria de Felipe adaptada al contexto y a lo que las circunstancias mandan: "¿Hay que ser socialistas antes que irresponsables? ¿Hemos de ser las marionetas de ese obsceno retablo con el que Maese Pedro quiere perpetuarse?" Interroga Felipe. Que responda González.

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