En el debate de no investidura destacaron los nuevos políticos. Pedro Sánchez, porque eligió morir matando; es decir, en lugar de desaparecer haciendo mutis discretamente, ha escrito una breve nota a pie de página de los libros de Historia. Albert Rivera, entre Churchill y Suárez, un nuevo, centrista y barcelonés Emperador del Paralelo, haciendo callar en catalán a los nacionalistas que gritaron "Visca Catalunya Lliure!", repasándoles por la cara, ingenioso y contundente, que sí, que Cataluña debe ser libre pero de la corrupción del 3%. Por otro lado, Pablo Iglesias, al que hay que dar de comer aparte, porque sus usos retóricos y propuestas programáticas suponen entrar en una de las puertas del Ministerio del Tiempo, para desembocar directamente en una Segunda República a sangre y fuego, que diría Manuel Chaves Nogales.
Escribía en un tuit Íñigo Errejón estar "sorprendido por el nivel retórico general: la suplantación de la política por efectos y jerga parlamentaria". El nivel retórico particular de Pablo Iglesias, sin embargo, no nos ha sorprendido: vulgar, cabreado y amenazador. ¿Se han perdido la sesión de no investidura? Pues les recomiendo repasar en Youtube algún discurso de la Pasionaria en el 36. Le cambian el moño por una coleta, un poco más de barba y es Pablo el Pasionario Iglesias, tal cual, en plan socialista de pelotón de fusilamiento, más bien detrás que delante de las armas. Con el espíritu de su amigo Otegi inspirándole una alusión al horror de Felipe González, el GAL y la cal viva; no como ETA, esos izquierdistas auténticos, pacifistas, con su revolucionaria Goma 2. ¡Ah, qué tiempos los del Frente Popular! En comparación, los aburguesados y socialfascistas de Sánchez, tan blandos con las espuelas (IBEX 35) y tan duros con las espigas (PAH), se merecen todo el desprecio de estos hijos de Julio Anguita, autocalificados orgullosamente de rojos al tiempo que acusan arrogantemente a los que no piensan como ellos de "no pensar" y de ser unos fachas.
Del mismo modo que la Pasionaria usaba con desparpajo la lengua de trapo propia de los clichés y tópicos, que, en su mente, hacían las veces de ideas y sentimientos, Pablo Iglesias se ha atrevido a llamar "Maquiavelo" a Rivera, que es como si Amenábar pretendiese menospreciar a Martin Scorsese tildándolo de "Alfred Hitchcock". También es verdad que Iglesias ha estado más fino y cortés de lo que acostumbra: ni ha tirado cal viva a la cara a Sánchez ni ha dicho de Rajoy que ha pronunciado su último discurso. A diferencia de José Calvo Sotelo, podrá, el más que amortizado líder del PP, dormir tranquilo esta noche, a salvo de paseíllos, escraches, titiriteros y otros modos que tiene la extrema izquierda de hacer política. Rosa Díez no tuvo tanta suerte cuando Pablo Iglesias le organizó un escrache en sede universitaria para impedir que impartiese una conferencia. Sin embargo, ahora el líder de la ultraizquierda lloriqueaba ante Patxi porque los socialistas no le dejaban hablar y pedía respeto a la libertad de expresión. Es revelador que Iglesias, al fin y al cabo profesor de Filosofía Política, no conozca el principio de reciprocidad: no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti.
Por cierto: qué bajo ha caído nuestra democracia cuando "la gente" ha permitido llegar al Parlamento a quien, mediante la fuerza y el acoso, ejerce la censura contra los que piensan diferente. No olvidemos que Iglesias en su tiempo de presentador de televisión explicaba el terrorismo de ETA comparándolo, en una metáfora vil, con el boxeo. Porque los etarras se parecen a Charles Manson, un psicópata a traición que ocasionaba víctimas, en lugar de a Mohammed Alí, un campeón deportivo que luchaba en igualdad de condiciones con sus adversarios y de acuerdo a unas reglas.
Tras este martes, no es descartable que Donald Trump se cargue al Partido Republicano desde dentro, y Pablo Iglesias al Partido Socialista Obrero Español desde fuera. A Donald Trump no le importa que le asocien al Klu Klux Klan, del mismo modo que Pablo Iglesias saluda la salida de la prisión de Otegi, al que califica de "preso político". Ambos, si Rivera y Clinton no lo remedian, pueden llevar el populismo a la presidencia de dos naciones en crisis de identidad, a las que llevarían a una debacle absoluta; eso sí, con la televisión en directo y en prime time.