Con la Cumbre del Clima, estamos inmersos en la más fenomenal campaña de lavado de cerebro (lo llaman "concienciación") desde que los nazis trataron de persuadir a los alemanes para que llevaran una vida sana, sin tabaco, carne ni cafeína. La demonización hitleriana de la cafeína tenía también un objetivo proteccionista: echar un cable al café descafeinado de Ludwig Roselius. Como entonces, ahora se produce una colusión entre algunos Estados y determinadas compañías, que han capturado a los políticos para conseguir subvenciones e infraestructuras vinculadas a determinadas energías renovables.
En esta propaganda adoctrinadora participan al alimón tanto el Estado como algunas empresas capitalistas. Y es que uno de los reversos tenebrosos del capitalismo es la alianza perversa que puede darse entre los Estados y ciertas compañías contra la ciudadanía: la ideología de la mano del negocio. Esta alianza es especialmente ominosa porque los socialistas callan por su sometimiento al Estado y los liberales porque adoran a las empresas. El Estado y las empresas tienen una ética muy particular: la que aumenta su presupuesto y dispara su beneficio, respectivamente.
¿He incurrido en la falacia de Goodwin al relacionar a Hitler con Pedro Sánchez? Permítanme cierta licencia argumentativa contra un presidente que pontifica contra el "negacionismo" climático demonizando a los escépticos y anteponiendo la propaganda a la crítica, pero coge un helicóptero para ir de Moncloa a Torrejón y el Falcon para no perderse un concierto de rock. Esto es una guerra cultural. La sobredosis de lavado de cerebro, manipulación e intereses espurios –es decir, esa mezcla de Greta Thunberg, Pedro Sánchez y compañías de rompe y rasga– hace que la Cumbre sobre el Cambio Climático –¡la 25ª!– se parezca a una tertulia de Gran Hermano o un congreso de politólogos o astrología.
Y es que, como dice Bjorn Stevens, director del Instituto Max Planck de Meteorología, los modelos climáticos solo dicen, en primer lugar, que el calentamiento se debe fundamentalmente al CO2 y, también, que hay que reducir las emisiones. Es decir, tan deleznable es el negacionismo como el catastrofismo. Siguiendo a Stevens, podemos plantear: ¿cómo cambiará el Trópico? Ni idea. ¿Los patrones de lluvia se intensificarán? Ni idea. ¿Se perderá el Amazonas? Ni idea. ¿Las áreas de lluvia se expanderán? Ni idea. ¿Tendremos más o menos nubes? Ni idea.
"Ni idea" significa que hay que mejorar los modelos para hacerlos más precisos. La primera y fundamental medida contra el cambio climático sería que William Nordhaus, el Nobel de Economía por sus estudios en economía del clima, fuese más famoso que Greta Thunberg. La segunda, que políticos sin escrúpulos y empresas con intereses espurios dejasen de subvencionar y patrocinar a medios de comunicación para concienciar.
Solo desde el escepticismo asertivo –el reconocimiento de la falibilidad de los modelos y un sólido compromiso con la ciencia, lo cual pasa por apoyar la energía nuclear, que no requiere de masiva ingeniería social adoctrinadora– cabe la adaptación al cambio climático. Una adaptación en la que el papel fundamental debería ser para la energía nuclear, la única que sistemáticamente reúne las condiciones para salvar al planeta y a nosotros mismos: reduce las emisiones de CO2, se presenta como alternativa al petróleo, no implica cambios en la movilidad (Di Caprio no va a renunciar a su jet privado) y no perjudica a los más débiles con impuestos y más impuestos.
Necesitamos más acciones climáticas eficientes y menos propaganda electoral mediática.